CAMAGÜEY.- Comparar la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos de América con un sismo a escala universal del que aún no se sabe la intensidad ni los daños que pueda causar, no parece el establecimiento de un símil desacertado.

No obstante, como presagio y antecedente, apenas conocidos los resultados electorales en la madrugada del 9 de noviembre, las bolsas económicas mundiales, incluida la de Wall Street, se impactaron a la baja, con pérdidas de tres puntos para el dólar, también para el euro, el yen japonés, y se dice que los mercados asiáticos entraron en pánico, tanto como los occidentales.

Y no era para menos, sobre todo por la incertidumbre que sobreviene ante la elección de tan controvertido presidente al frente de la potencia económica y militar más poderosa del orbe, quien durante su campaña electoral se ha caracterizado por hacer los pronunciamientos más descabellados, entre ellos los de incitación a la violencia, con posiciones racistas, xenófobas, misóginas, y se ha revelado como un mentiroso contumaz, incapaz de cumplir muchas de las promesas formuladas durante su labor proselitista.

En una contienda electoral que sienta pautas por los más de cuatro mil millones de dólares que se emplearon durante su desarrollo para elegir al presidente, el vicepresidente, gobernadores y congresistas del Senado y la Cámara de Representantes, resalta el lenguaje soez usado entre los aspirantes Hillary Clinton y Donald Trump, los ardides más bajos para desacreditar al contrario, no solo en los debates, sino también fuera de ellos, por lo que se considera como la campaña electoral más sucia de todas las que les antecedieron.

Ante el sorpresivo desenlace, para los que depositaron su confianza en las encuestas que daban como ganadora a la Clinton, los especialistas tratan de buscarle una explicación a la victoria de Trump y no son pocos los que piensan que los electores votaron contra el sistema, contra su continuidad, representada por la candidata demócrata, y optaron por el aspirante republicano, cautivados por su lenguaje irreverente y comportamiento agresivo, al parecer un mal menor.

Lo cierto es que se atisba en la sociedad estadounidense una progresiva crisis cultural, un agotamiento de los llamados “valores” del sistema de vida norteamericano, que mantuvo al país como modelo para el mundo y, sobre todo, una saturación y desencanto de la política y los políticos tradicionales que ya todo indica que el pueblo ni los acata ni los resiste, quizás es por esto también que Bernie Sanders, el otro aspirante que enfrentó a la Clinton durante la nominación a la candidatura demócrata, llegó tan lejos con su proposición “socialista” de cambios dentro del sistema, con un lenguaje distinto.

Otros culpan al procedimiento de votación, considerado arcaico, mediante el cual el candidato que saque la mayoría de votos en un estado se lleva la totalidad de los sufragios depositados por adeptos y contrarios representados por los llamados votos de colegios electorales, cuya cuantía está en consonancia con la cifra de población y el poder económico, que en la suma de 270 bastan, de los 538 en juego, para elegir al presidente.

Ante la consumación del fenómeno Trump, que derrotó a la Clinton a pesar de que esta obtuvo la mayoría de los votos personales, y que asumirá la Casa Blanca el próximo 20 de enero del 2017 por un período de cuatro años, avalado por un Congreso dominado por los republicanos en ambas cámaras, las expectativas se desatan acerca del futuro de esta poderosa nación y su rol en el complejo mundo contemporáneo, y muchos se preguntan qué ocurrirá con el Muro fronterizo para contener a los mexicanos, cuya construcción debieran pagar los aztecas; la expulsión de los inmigrantes indocumentados; la prohibición de entrada al país a los islámicos; su oposición a un Estado palestino; la abolición del pacto nuclear con Irán; el objetivo de derrocamiento del Gobierno sirio; el supuesto aumento del empleo mediante el retorno de las fábricas que se “fugaron” a otros países para evadir los impuestos, la reanimación de la economía, el respeto de los pactos internacionales, etc. etc.

Desde luego que una cosa es la campaña electoral con guitarra y otra es la presidencia de los Estados Unidos con violín. Aunque en sus pronunciamientos se mantiene la retórica de “trabajar juntos y renovar el sueño americano, hacer grande nuevamente a los Estados Unidos”, en las primeras palabras de Trump después de conocer su triunfo, el lenguaje fue menos agresivo, más contemporizador. No se dirige una nación como una propiedad inmobiliaria y menos esta, profundamente dividida y en un proceso de transición ideológica, política y demográfica.

En relación con Cuba y sus pronunciamientos de dar marcha atrás en las relaciones bilaterales y condicionarlas a concesiones soberanas y de principios de nuestra parte, se equivoca medio a medio. Si quiere, de igual a igual. Atrás ni para coger impulso, como en nuestros mejores e históricos tiempos.