CAMAGÜEY.- No pasa un día sin que las pantallas de los televisores, las páginas de los diarios impresos, las ondas radiales o las avenidas de los periódicos digitales y los blogs personales en Internet no se estremezcan dando a conocer o comentando actos de barbarie en las que mueren decenas o cientos de personas, mientras otras tantas son heridas o mutiladas.

Casi con rutina se habla ya de las explosiones de los mortíferos coches bomba, de los suicidas que detonan los explosivos que llevan adheridos a los cuerpos, o de los fusileros, que con armas automáticas, masacran multitudes de seres humanos en lugares públicos o centros de reunión, en una carrera desenfrenada destinada, al parecer, a propiciar la reducción de la especie.

Entre esta barbarie terrorista y las guerras, y la destrucción acelerada del medioambiente, ya solo no habrá de hablarse de la extinción de múltiples especies de la flora y la fauna, tanto terrestre como marina, sino que también tendremos que incluir en este peligro al hombre, amenazado seriamente por la propia mano del hombre.

A raíz de la masacre de Orlando, en Estados Unidos, donde en un club gay 49 personas fueron asesinadas por un atacante con arma de asalto, y otras decenas resultaron heridas, masacre considerada “histórica” por su número en este país, se han sucedido hechos violentos en diversas partes del mundo que alarman y crispan los nervios de los menos sensibles.

En Irak, donde el flagelo de la guerra desatada por los Estados Unidos para derrocar a Saddan Hussein por poseer supuestas armas de exterminio masivo, ha dejado una secuela que ha cobrado más víctimas que la propia conflagración, dos explosiones en Bagdad  también implantaron un “récord” en los hechos sangrientos en esa nación, al dejar 130 personas fallecidas y unas 200 heridas.

Cuando esto ocurre aquí, no se habían apagado aún los ecos de las explosiones, una tras otra, en Turquía, aeropuerto de Ataturk, Estambul, donde perecieron 43 personas, incluidos los atacantes y 239 fueron los heridos. En esta misma capital el 7 de junio, la explosión de un coche bomba dejó 11 muertos, un suicida el 19 de marzo ocasionó otras 5 víctimas con decenas lesionados en ambos sucesos

Pegada en el tiempo a la masacre de Bagdad estuvo la ocurrida en Bangladesh, la capital Dacca, que no superó a esta en la cifra de víctimas, 20 fallecidos, pero sí en la crueldad de los milicianos victimarios que ultimaron a los rehenes que habían capturado, en su mayoría extranjeros de varias nacionalidades, en un restaurante, a hachazos y punzonazo.

Algunas estadísticas son verdaderamente escalofriantes, como esta que signa al mes de enero del 2016 como el más letal en hechos violentos de los transcurridos hasta ahora, con una cifra de muertos que se mueve alrededor de los 350 y cientos de heridos.

En esta cifra se incluyen sucesos como el perpetrado por Boko Haram, en Nigeria, en el que se ultimaron 86 pobladores de una aldea y 62 resultaron lesionados, además de haber sido incendiadas sus viviendas, por lo que el sitio quedó virtualmente arrasado.

Hay que decir, que en casi todos los hechos terroristas está directamente la mano del denominado Ejército Islámico (EI), o alguna de sus ramas o agrupaciones afines, que como todos sabemos es el monstruo engendrado por las grandes potencias occidentales con sus guerras de rapiña en el Medio Oriente, exacerbadoras, entre otros males, de las pasiones religiosas y las ambiciones de poder de los grupos étnicos.

Este Ejército Islámico que opera fundamentalmente en Siria e Irak, donde tiene su basamento  territorial, aunque como hemos visto sus milicianos son capaces de operar en cualquier parte del mundo, ha sido golpeado duramente en los últimos tiempos, sobre todo, después de la intervención de Rusia en las operaciones aeroespaciales contra ellos a petición de Damasco, y por lo tanto se ha visto forzada a un cambio de táctica en su estrategia de poder para hacer valer su presencia mediante el terrorismo más cruel y despiadado, y además pasarle la cuenta a los que considera responsables de sus descalabros.

En momentos tan cruciales, donde el golpe violento puede estar pendiendo sobre la cabeza de cualquier país, habrá que dejar a un lado los intereses geopolíticos y económicos, y sumar las fuerzas para cortar de cuajo esa hiedra que tantas vidas y recursos materiales devora, antes que sea demasiado tarde.