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Una persona generosa experimenta placer al dar y compartir sus bienes con los demás sin temor ni egoísmo, pero en estos tiempos en algunos segmentos de la sociedad se ha ido perdiendo esa forma de relación.

El cubano, en sentido general, se ha caracterizado por compartir lo que tiene, no lo que le sobra, y ejemplos hay por doquier, lástima que en el día a día a veces veamos actitudes de individualismo, de negar un favor, de perder la oportunidad de realizar una buena acción.

No es justificación argumentar que corren tiempos de escasez, porque igual en otras épocas cuando tampoco había mucho se compartía gustosamente la taza de café con quien llegara a nuestra casa, y hasta se invitaba a sentarse a la mesa, aunque no fuera un menú sofisticado, sino lo más elemental, con esa satisfacción de dar y sentirnos mejores seres humanos.

¿Quién no recuerda los tiempos de beca o de las etapas de la escuela al campo? Entonces nos convertíamos en una gran familia cuando nuestros padres acudían los fines de semana e intercambiábamos dulces, comida, frutas y refrescos, con gran desinterés, y no quedaba alguien sin llevarse un bocado a la boca porque sus familiares no pudieron visitarlos.

Por supuesto que en esas acciones tienen una gran influencia los padres, quienes deben educar a los hijos en la virtud y valor humano de la generosidad, ya que es fundamental para que los descendientes lleguen a la plenitud de su formación como personas.

Cada buena acción debe emprenderse con sencillez y discreción, sin pregonarlo ni esperando felicitaciones, porque la generosidad no necesita recompensa; se paga a sí misma.

Constituye una virtud que forma parte importante de la naturaleza humana. La inclinación a la ayuda solidaria es innata en el ser humano. Pero, ¿qué está pasando con ella? Algunas personas, a veces de manera inconsciente, colocan la comodidad, el dinero y la imagen como los valores supremos dentro de las virtudes que todo ciudadano moderno debe tener.

Olvidan esa capacidad dentro del corazón que nos despierta la necesidad de ayudar a los demás, de entregar parte de nuestro tiempo a causas nobles, de desprendernos de algunas cosas que atesoramos.

No debe ser esta época nuestra, la que exalte como valores supremos la comodidad, el éxito personal y la riqueza material.

Debe, sin exclusión, abogar por fomentar la generosidad, la ayuda desinteresada y convertirla en un proceso multiplicador. Al dar el ejemplo a tu familia y amigos, invitas a otros a unirse y multiplicas el efecto de bien para el mundo.

La generosidad es dar y darse sin esperar nada a cambio.

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