Camagüey.- Que los 318 y tantos millones de ciudadanos estadounidenses tengan derecho constitucional a poseer armas de fuego, indudablemente que resulta uno de los factores principales, por no decir el principal, que incide, facilita, que regularmente se produzcan en este país tiroteos, lo mismo en centros estudiantiles, en plena calle o en otras instalaciones de cualquier tipo, que siempre dejan muertos y heridos o mutilados, que laceran la vida de esa sociedad.

Esta letal epidemia acaba de cobrar 50 vidas y 53 heridos, en el más mortal de los tiroteos que recoja la historia aquí, ocurrido esta vez en el centro nocturno Pulse, frecuentado por homosexuales en la ciudad de Orlando, estado de la Florida, cuando en horas de la madrugada penetró en el local un individuo armado con un fusil de asalto M-4 y una pistola y comenzó a disparar a mansalva contra los asistentes, ocasionando el número de víctimas citado.

El agresor, ultimado por la policía que irrumpió en el club con un blindado, fue identificado como Omar Siddique Mateen, de padres afganos y del cual se dice que antes de emprender la masacre llamó al 911 para asumir ante las autoridades la autoría del hecho en nombre del Estado Islámico (Isis en inglés), organización terrorista que reclamó posteriormente para sí el suceso.

Aunque ninguna versión oficial califica la matanza, la mayor ocasionada en el país por un tiroteo, como un acto terrorista y ruedan versiones de que la motivación fue ocasionada por la homofobia del atacante, lo cierto es que la reacción ante el hecho, incluida la del presidente Barack Obama que lo condenó afirmando que era un acto de “terrorismo y odio”, dan por confirmado que fue un hecho de violencia y terror, del cual no se descarta la mano del Isis.

La letalidad de estos tiroteos lo confirman las estadísticas registradas durante el pasado 2015 en el cual ocurrieron 372 de estos hechos de violencia armada los que ocasionaron 372 víctimas fatales y un gran número de heridos, dolorosamente personas inocentes que nada tenían que ver con las motivaciones de los atacantes.

Todavía se recuerdan aquellas matanzas estremecedoras, como la ocurrida en la Universidad de Virginia Tech en el 2007, donde fueron muertas por un solitario atacante 32 personas, o la de la escuela primaria de Newtown, en Connecticut, con un saldo de 20 niños y seis adultos masacrados, en el 2012.

Sin embargo, por fuerte que sea el impacto inicial que estas tragedias causan en la opinión pública, como esta que acaba de ocurrir en la ciudad de Orlando, pasado el primer momento, salvo voces aisladas, nadie mueve un dedo para limitar el acceso y la posesión de armas de fuego por parte de la ciudadanía, al alcance de cuyas manos se encuentran alrededor de 300 millones de estos artefactos de muerte, como nadie tampoco se enfrenta a la poderosa Asociación del Rifle para regular las facilidades con que se comercian las armas en Estados Unidos, prácticamente sin requisito alguno.

Ahora, lo que sí ocurre cada vez que un suceso conmueve la opinión pública estadounidense en un período de elecciones presidenciales, es que los candidatos “se montan” en esos acontecimientos para adelantar las proyecciones de sus programas electorales y con ello captar nuevas adhesiones a sus aspiraciones a ocupar la primera magistratura en la Casa Blanca.

Donald Trump arrimó la brasa a su sartén al afirmar rápidamente que razón tiene él cuando dice que si se le elige presidente prohibiría la entrada a Estados Unidos de todos los musulmanes, en clara alusión al origen del atacante al club gay de Orlando y aprovechó para endilgarle a Hillary Clinton, por transición del ejecutivo demócrata, la de actuación débil ante las acciones terroristas, con el claro objetivo de descalificarla como una presidenta capaz de enfrentar a los autores de esos actos y eliminarlos.

Por su parte, la Clinton reiteró su llamado a defender el país de los ataques terroristas y trabajar con aliados y colaboradores para enfrentarlos donde quiera que se encuentren y rechazó ser intimidados y el reclutamiento de personal aquí y en otros lugares, a la vez que criticó el pobre control de armas que existe hoy en Estados Unidos, elemento manejado a lo largo de su campaña electoral.

Y agregó, “este es el tiroteo más mortífero en nuestra historia y nos vuelve a recordar que las armas de guerra no tienen lugar en nuestras calles”.

Además del control de las armas, que limitaría las tragedias como la que acaba de ocurrir en esta ciudad del estado de la Florida, pienso también habría de atenderse el grado de enajenación que aqueja hoy a esta sociedad norteamericana, donde se acrecientan exacerbadamente la discriminación racial y social, las diferencias en los niveles de vida entre la opulencia de pocos y la galopante pobreza de muchos, y donde los valores y derechos humanos tienen cada vez un menor papel en las relaciones entre las personas.

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