Camagüey.- Puede nombrársele “impeachment”, en idioma inglés o ‘juicio político”, en español, que siempre va a tener la misma traducción: golpe de estado, que ya como este que acaba de ocurrir en Brasil no aparece tan cruento como aquellos que ejecutaban los militares en décadas pasadas, todos condenables, pero alguno tan lamentable como el que depuso a Salvador Allende en 1973, que se inmoló en defensa de la constitucionalidad, haciendo frente a la soldadesca, pero que también asesta un violento impacto a la democracia representativa que llevó al poder a la presidenta Dilma Rousseff y pisotea la voluntad de los brasileños que le dieron su votos en dos mandatos.

En el transcurso de los cinco meses que ya dura la crisis política desatada por la derecha oligárquica, las transnacionales de la información y la embestida contra los gobiernos de izquierda y progresista en América Latina, se vislumbraba con claridad la intención de sacar a la mandataria del Palacio de Planalto y cortarle el paso a la posible continuidad del Partido de los Trabajadores ( PT) en el poder, si Luiz Inacio Lula da Silva se presentara como candidato a las elecciones en el 2018.

La aprobación en el Senado de la celebración del juicio político a Dilma por 55 votos a favor y 22 en contra implica la suspensión provisional de la mandataria por un lapso de 180 días para ser juzgada por un presunto delito de responsabilidad fiscal, período en el que ocupará el cargo el vicepresidente Michel Temer, del Partido del Movimiento Democrático Brasileño ( PMDB) que fuera aliado del PT y que se separara de este apenas comenzó la crisis y quien también ha sido involucrado en el caso de corrupción de Petrobras, la empresa petrolera insignia del país.

Plagado de artimañas, golpes bajos, traiciones y pasiones políticas alentadas por intereses mezquinos y “vendettas”, como la que protagonizó el expresidente de la Cámara Baja Eduardo Cunha, iniciador del proceso contra la Rousseff y sacado del cargo por corrupción y otros “méritos”, el impeachment estuvo siempre a la sombra del llamado “caso Java” ( fraude millonario en Petrobras) con el cual infructuosamente trató de mezclarse a la mandataria y a Lula, este último todavía bajo proceso investigativo.

Como se recordará, fue en la Cámara Baja que comandaba Cunha donde el 17 de abril se aprobó por 367 votos a favor el inicio del juicio político, sesión donde ya de antemano se sabía, sin haber discutido las imputaciones que motivaban el proceso, la forma en que votarían los diputados, comportamiento que fue uno de los argumentos que utilizó Waldir Marinaho, presidente interino del órgano legislativo, para pedir una nueva votación, posición de la cual posteriormente se retractó, para hacer un total ridículo.

Queda todavía algún trecho por andar, a pesar de que la solicitud al Tribunal Supremo Federal de la anulación del juicio por parte de la defensa de Dilma fue rechazada por no proceder, y habría que esperar el desenlace que pudiera tener este en el transcurso de las deliberaciones del órgano legislativo y sobre todo, falta por hablar el pueblo, el principal protagonista en todas las historias.

Estaría por ver si los 54 millones de brasileños que dieron a la Rousseff su voto para un nuevo mandato dejarán que una élite política, farisaica y contraria a los beneficios que el PT le proporcionó en sus trece años de gobierno desconozca su voluntad olímpicamente, y los logros alcanzados hasta ahora sean revertidos por la implantación de un sistema neoliberal.

Por lo pronto, las organizaciones sociales, políticas y sindicales agrupadas en el Frente Brasil Popular ya anunciaron que considerarán ilegítimo el gobierno de Temer, lo que provocará seguramente multitudinarias movilizaciones a los largo del país que pudieran contrarrestar la decisiones de los golpistas.

En el plano regional, no son pocos los líderes políticos, las personalidades y las autoridades gubernamentales que ya han condenado el golpe y mostrado su solidaridad con la mandataria brasileña, entre ellos el de Cuba, y algunos, como la Unión de Naciones del Sur (UNASUR) ha declarado que para esa organización Dilma sigue siendo la presidenta constitucional de Brasil.

Los especialistas coinciden en que esperan días turbulentos al pueblo del gigante latinoamericano de cuya suerte depende en buena medida la marcha ascendente del proceso integracionista en la región, aunque en modo algunos puede pensarse que la instalación allí de un gobierno neoliberal podría ser fatal para la unión lograda hasta ahora en las naciones de este subcontinente.

Instalado ya Temer como mandatario interino, y con un gabinete nombrado en el que no aparece ninguna mujer, lo que denota su carácter machista, ningún negro, su fisonomía racista, ningún obrero, su filosofía capitalista y habiendo anunciado severos cambios en la orientación de la economía, puede concretarse qué sucederá en estos 180 días de la suspensión de Dilma y lo que ocurrirá después en este país en el caso de que dos tercios del total de senadores decidan separarla definitivamente del cargo, al concluir el juicio que se le sigue.

Confiamos en que los brasileños, impulsados por su vocación democrática y la estirpe de los luchadores de los “sin tierra”, saldrán airosos de esta contingencia que tanto tiene que ver con su promisorio futuro y el de Latinoamérica y el Caribe.

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