CAMAGÜEY.-¿Cuántas veces usted observa a jóvenes y adultos cometiendo indisciplinas sociales y sencillamente cambia la vista o hace oídos sordos mientras no le toque de cerca? ¿Cuántas personas conoce que han sido víctimas de una “simple gracia” que afecte la propiedad privada o estatal?

El problema de las indisciplinas sociales es uno de los puntos más peligrosos que tiene hoy día nuestra comunidad y tan común se vuelve, que ya se ha convertido en algo normal del que prácticamente nadie dice, o el que nadie ve porque no quiere otro problema más. Estas son ya pequeñas gotas que de tan repetidas se convierten en una profunda laguna que nos afectan a todos por igual.

En este saco caben muchas cosas, quizás más de las que se pueda imaginar, y aquí puede estar otra rama de este gran árbol. Es que el conocimiento de lo que está mal hecho y clasifica como una indisciplina, llega a un punto en el que se pierde junto a una línea imaginaria o muy confusa con la diversión, la comodidad o el facilismo.

Arrojar un simple papel por no buscar un cesto, un pie en la pared por bienestar o un simple grito para avisar más rápido incurren en este gran dilema de lo que no se debe pero es muy fácil hacer.

Y es que escuchar la música a un volumen elevado, los actos de vandalismo contra la telefonía y el transporte público, orinar en los rincones, alterar el orden público, fomentar riñas, etc. son indisciplinas que podemos encontrar a diario y las que más nos afectan. Entonces estas son las que con más fuerza debemos evitar y enfrentar.

Es hora de pasar del análisis del fenómeno a la concreción práctica. Ya son bastantes los llamados a la conciencia y los escritos por los diferentes medios de prensa con relación a este problema.

Para ello se requiere entonces de un giro significativo a la manera de asumir la prevención y el enfrentamiento. Hay que ser más emprendedores contra el incumplimiento de las normas de sanidad, con las actitudes impropias en lugares públicos y el maltrato al entorno o a la propiedad social.

En cierta ocasión escuché decir al dueño de un hogar, luego de gastarse un enorme presupuesto en la reparación de su fachada, que no se atrevía a dar los toques finales con la pintura. El vecino, con cierto temor confesó que si lo hacía no demoraría mucho en que un “gracioso” le rayara o escribiera la nueva y costosa pared. “Esa es la moda de los chistosos” me refirió el amigo con toda su razón.

Las indisciplinas sociales o de cualquier naturaleza no surgen por espontaneidad, casi siempre están asociadas a la falta de exigencia, de control, la abulia, de cultura y otras dañinas manifestaciones que dejan los espacios propicios para que aparezcan.

Por tanto estimado lector, sin disciplina no es posible el éxito de ninguna faceta de la vida. Cuando este valor compartido no se practica con conciencia quiebra otros valores y conduce a resultados nefastos, lo altera todo y puede acarrear consecuencias impredecibles como estas de las que somos víctimas a diario.

Y me surge de momento otra duda, ¿nadie observa lo que está mal hecho? Qué agilidad la de los malhechores y qué sensibilidad en las miradas que parecen estar ajenas a lo que sucede. Sépalo bien: vivimos en comunidad y lo que afecta al de al lado, también le afecta a usted.

Hay cosas que no se tratan de control o de constante verificación, creo que va mucho más allá de eso y sobrepasa los límites del respeto propio. Estas cosas dicen mucho de todos, al final somos todos los que lo aceptamos si no hacemos nada.

Esta realidad en nuestra provincia y más allá en los demás territorios vecinos, está matizada por una tendencia a callarnos y no reclamar lo mal hecho, un muy gran error, porque nos privamos del derecho de reclamar el respeto hacia todos.

Enfrentar las indisciplinas sociales continúa como tema aún pendiente de solución para las presentes generaciones de cubanos. No solo desde las medidas institucionales sino desde los diferentes escenarios ciudadanos, para que luego todos podamos disfrutar de una vida más tranquila y segura.

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