Tropiezos y alegrías las acompañan, pero hay una parte de estos períodos que marcan más que los demás, porque de ahí depende el futuro y es en donde se toman las más importante decisiones que repercutirán siempre, de alguna manera, en los años siguientes: es precisamente la juventud.

La juventud se reconoce más que por la edad, porque el joven constantemente está aprendiendo de situaciones en las que se le pone a prueba sin que tenga la menor experiencia acerca de lo que sucede.

Se reconoce también, por la inmensa cantidad de decisiones que marcaron, marcan y más importante aún, marcarán su vida; y porque muchas veces tiene que elegir sin saber lo que es bueno o simplemente sin ser lo que más le guste en ese momento. Hay que pensar en el futuro como dicen los mayores, que “ya pasaron por lo mismo”. Es precisamente allí, donde radica la importancia y el peligro de la juventud.

¿Cuántas situaciones ponen a prueba a un adolescente? ¿Cuántas personas mayores se arrepienten de lo que hicieron o no en sus años mozos? ¿Cuántas veces se quiere regresar el tiempo atrás pidiendo una sola condición: tener la experiencia que faltó en esa época?

Es la juventud la cúpula, la punta más alta de esa escala que mide la importancia de la vida. Y es mayor aquí porque de ella dependen muchas cosas más de las que luego estaremos o no de acuerdo. Es el momento al que me gusta llamar: “cuando pude”, y lo nombro así porque es precisamente como dicen y diremos al recordar el tiempo pasado. Todos se refieren de esta manera: “si lo hubiera hecho cuando pude”.

Y lamentablemente la experiencia es inversamente proporcional a las decisiones más importantes, porque estas llegan precisamente cuando menos conocimientos poseemos. Es en esta etapa en la que decidimos el futuro, pero aparejado a estas decisiones, es también aquí donde ocurren cambios que llegan por vez primera.

Recuerdo muy bien aquellos días finales de la Enseñanza Preuniversitaria en el que una decisión definiría nuestras vidas. Era algo que sonaba importante pero sinceramente muchos no reconocían el peso que llevaba consigo. Éramos solo adolescentes que no teníamos conciencia del riesgo. Algunos lo aprovecharon mejor, otros solo se dejaron llevar.

La juventud es un escenario en el que hay un variado público que nos observan y juzgan. También tiene drama, comedia, dolor, alegría, tristeza, y el final puede o no que quede bien y también puede o no que se reconozca como bueno. Allí son los propios jóvenes los escritores, actores y directores, todo en uno, y más peligroso aún: seres humanos.

Y no es una obra de teatro cualquiera, lamentablemente en ella no se puede ensayar y si las cosas salen mal, no se vuelve a repetir hasta que todo quede como debe ser. Las cosas salen y se planean en la marcha, se aprende en el camino y de los errores. Unos con más ventaja o suerte que otros, y siempre al final, la gran función se realiza.

Pero no es así porque alguien lo decidió, sino por ley de la naturaleza; es el transcurso de nuestra existencia. ¿Estaría usted completamente de acuerdo? Con calma, razone por un momento y respóndase a sí mismo cuántas cosas fueran diferentes si el rigor en la etapa de la juventud fuera menor. Tómese su tiempo y pregunte, le aseguro que no hay ser humano que no tenga una razón por la cual afligirse con respecto a esta época juvenil. No es que no nos equivoquemos, para nada, sino ¿para qué somos seres humanos?, me refiero a la disparidad que hay entre la escasa edad y las múltiples e importantes decisiones que se toman aquí.

Quizás no sea justo que la etapa de mayor libertad, de mayor disfrute, sea también la de un sacrificio superior, la de golpes que decidirán mucho, y paradójicamente bajo la presión de personas mayores que vivieron y desearon lo mismo y lo olvidaron, y peor aún: si usted aún es joven, también lo olvidará.

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