Es que el individualismo, el egoísmo y la falta de cortesía se han convertido en las cualidades reinantes en numerosos hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Esta pérdida de valores morales, éticos y sociales, inyectada en la conducta por estereotipos simplistas que tienden a la negación de los principios, en aras del consumismo desenfrenado, produce como resultante inmediata en las “mentes más débiles”, antivalores que a su vez, serán transmitidos como herencias negativas desde la familia -en buena parte de los casos-, a las nuevas generaciones; que en un futuro no muy lejano, serían protagonistas de escenas lamentables.

El mal trato entre nosotros y también a la madre natura, es el plato fuerte de nuestro día a día. No son muchas las imágenes que tengo en mi mente de los actos de caballerosidad que he podido presenciar. Es que ya no recuerdo cuándo fue la última vez que vi a un hombre cederle el asiento a una dama. Gestos como ese se han convertido casi en reliquias de la memoria.

¿Será acaso que las palabras mágicas se perdieron con el paso de los años? Y con lo de ‟palabras mágicas” me refiero a: buenas tardes, gracias, con su permiso… palabras, frases tan poderosas.

Ahora parece que la magia está en ignorar todo y a todos los que nos rodean. Seguir hacia adelante y pisotear -sin miramientos- a quien sea para alcanzar lo que deseamos está de moda y la sociedad, es la pasarela en la que desfilan estos “modelos”, que lucen los perfectos atuendos diseñados por la falta de valores.

¿Es posible que el hombre se haya convertido en un ente tan individualizado? ¿Será permisible, por el contrario, que aún quede algún resquicio en él de solidaridad y colectividad?... ¿Y si es algo más que “un resquicio”? Son éstas, preguntas que deberíamos hacernos con más frecuencia.

Por supuesto que el hombre necesita para su desarrollo la vida en sociedad y, claro está, que en él existen marcados rasgos de solidaridad, aunque en el presente no sea lo que prime en gran parte de un sector como el de los jóvenes, que me toca tan de cerca –aunque hay sus excepciones-. Sobre todo en medio de esas necesidades particulares –tan apremiantes como actuales- que han desplazado el espíritu de hermandad e igualdad.

Pienso en esto cada día, al pasar por el lado de un compañero, de un amigo o un simple desconocido. Pero ese pensamiento me golpea con las ansias del reclamo de Silvio Rodríguez, de ser un tilín mejores y mucho menos egoístas. Quizás, así nos demos cuenta de la importancia de esas “pequeñas grandes cosas” que cuestan poco y producen tanto.

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