¿Por qué disminuyen las prácticas culturales de los adultos? Se ha demostrado que ellos han estimulado gustos “retorcidos” en jóvenes, en adolescentes, ese segmento que todavía se conoce poco y al que la oferta cultural no beneficia como debiera. El nefasto maridaje de la escasez material con la avalancha de las nuevas tecnologías ha alejado a la población de las diversas expresiones de la cultura, pero eso no ha sido suficientemente estudiado.

En la casa está el “paquete”, que para la población equivale a Internet por las ofertas y servicios, por la facilidad de decidir lo que hace con su entretenimiento, mas la posibilidad de la elección es un derecho humano.

El audiovisual, ese resultado del ya centenario invento del cine, nos sigue impactando. Casi no se acude a las salas cinematográficas, pero se sigue a las imágenes en movimiento. La realidad de cualquier época testimonia la correspondencia y las contradicciones entre el hombre y la cultura. Y vivimos un fenómeno de disfunciones propio del capitalismo, ese que desarrolló el invento, y por ende, el apetito de ganancia material y el dirigir los valores e ideas circulantes contra el hombre mismo.

Cuando se habla de consumo, se enfatiza en la cultura artística literaria, más que en los medios o en los espacios de sociabilidad (ir a fiesta, andar la ciudad…) Uno de los señalamientos en acalorados debates ha sido la relación inversa entre la velocidad de la información y la demorada respuesta de las instituciones. Entonces, ¿pierden sentido las instituciones y el creador?

Varios teóricos han destacado que la lógica de los objetos culturales no coincide con la de la conciencia individual; han explicado las limitaciones y desfiguraciones de la creación cuando factores de hegemonía provocan el conflicto con sus funciones básicas de humanidad.


Hay una constante lucha entre el hombre y la cultura, porque ella también es un conjunto de respuestas exitosas y fallidas. Ella contrarresta vulnerabilidades, en cambio precisa de actividad innovadora, de recordar quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos.

Marx, tan preclaro, escribió: “La cultura, si se desarrolla espontáneamente y no es dirigida conscientemente (…), deja tras sí un desierto”. En efecto, la política cultural cubana convirtió lo de elite en privilegio de masas. Pensada en términos de participación, sigue demandando madurez y soluciones creativas, para que la gente vaya al teatro, para que lea, para formarle gusto por lo bueno… Mantiene su batalla por la sensibilidad, porque solo el arte llega al fondo mismo de la cultura, a los elementos básicos del sentimiento humano.

El “paquete” en la casa alarma a muchos, pero en la búsqueda de soluciones, la prohibición ha sido mala consejera. Cuba ha cambiado casi como el mundo, sin embargo, no lo entendemos todavía por quietud en la mentalidad. Nos guste o no, hoy son otros los hábitos de consumo y las expectativas culturales. Tenemos que aprender a coexistir, no con lo que enajena o vuelve insensible, sino con las nuevas prácticas que remueven las dinámicas de nuestro tiempo.

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