Gracias al Tratado de Paris, de ese propio año, que puso fin a la Guerra Hispano-Americana y por el cual la nación ibérica debió cederle como botín la isla caribeña a la naciente potencia del Norte, la tierra borinqueña, a pesar de la lucha independentista de Betances, Eugenio María de Hostos, Albizu Campos y tantos otros patriotas no conoció ni un solo momento de soberanía y libertad desde su “descubrimiento”.

Ahora, después de décadas como Estado Libre Asociado bajo la tutela de las leyes estadounidenses, sin independencia política ni estatal, como una colonia más sin llegar a ser estrella en la bandera de las barras, Borinquen, como la llaman sus cantores y bardos, está finalmente en bancarrota.

Y no es para menos, su deuda pública asciende a la astronómica cifra de 72 000 millones de dólares y como no pagó los 58 000 que se le vencieron como parte de la amortización, los expertos de las agencias de riesgo dicen que entró en default, aunque el gobernador afirma que tal desembolso era solo una “obligación moral”.

Lamentablemente, por su estatus colonial nadie puede acudir en su auxilio, y ni siquiera las “sanguijuelas” financieras internacionales, como el FMI y otras, pueden ir a su rescate leonino, como está ocurriendo en Grecia, porque jurídicamente, no es considerado un Estado con todas las de la ley.

Y lo peor de todo, es que el capítulo 9 de la Ley de Bancarrota estadounidense, que permite la reestructuración ordenada de la deuda rige para empresas y ciudades, como ocurrió por ejemplo con Detroit, que fue rescatada financieramente, pero no es aplicable a Puerto Rico, que ni es una ciudad y tampoco una empresa.

Aunque las autoridades puertorriqueñas trataron de instrumentar una ley local que les facilitara el acceso a préstamos, ante el fracaso de esta, a los borinqueños solo les queda que el Congreso norteamericano decida ayudarlos para salir del “bache” profundo en que se han sumergido.

Mientras esto ocurre, el gobernador Padilla parece haberse lanzado a una desenfrenada carrera de recortes sociales, privatizaciones de edificios públicos, aumentos de impuestos y sobre todo, el cierre de escuelas, que serán 100 en el presente curso escolar y llegarán a 500 en los próximos cinco años.

Aunque pudiera parecer repentina, la crisis económica de Puerto Rico viene caminando hace unos 10 años a raíz de que desaparecieran los incentivos fiscales que favorecían la implantación aquí de las industrias procedentes de los Estados unidos.

Como consecuencia en parte, el desempleo se disparó, llegando a doblar el existente en Estado Unidos y el éxodo de la fuerza joven y capacitada hacia el vecino del Norte constituye una sangría para el desarrollo económico local en franco retroceso.

Revoleteándole encima los “fondos buitres” para comprar baratas deudas que después serán cobradas a precios exorbitantes, el Congreso estadounidense en receso vacacional, se hace difícil pronosticar qué pasará con la Isla caribeña en las próximas semanas, aunque lo que sí está seguro es que Puerto Rico, no se sabe por cuanto tiempo más, continuará siendo el ala rota de las dos que la poesía quiso con Cuba unir, en un solo pájaro.

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