Hoy, aun con ciertos recelos, dialogamos de temas que nos atañen, tales como la desconexión entre las aspiraciones y posibilidades económicas de desarrollo personal y profesional, las diferencias en el consumo de las nuevas tecnologías y la inclusión en las transformaciones económicas del país. Sin embargo, se sigue echando una buena parte del debate en saco roto.

Las polillas aguijoneaban nuestras insatisfacciones en las gavetas. Las actas se exprimían y arrojaban el deleite por el deber cumplido y no nuestras expresiones de escepticismo respecto a la eficiencia de las instituciones u organizaciones, así como conductas y posturas inadecuadas a los principios de la política social que defendemos. Hoy, los acuerdos toman su cauce, pero las polillas permanecen en algunos cerebros.

La interrogante ¿qué juventud precisa este país? es todavía un cliché, y su respuesta, en mi opinión, permanece condicionada por el hecho de que parecemos hacedores de un proyecto político más que de vida. La juventud debe ser creativa y defender sus espacios, no tildarla de inmoral e irrespetuosa, porque la leña aviva el fuego.

Sin embargo, sobran razones para creer que somos el suplemento vitamínico de una población envejecida, cuya obligación de formar ciudadanos de bien sigue siendo de todos.

Para algunos hoy la primera escuela del hombre es la sociedad, donde aprende a “luchar” la vida. Seguro, me dirán también que las aulas son los bancos de un parque, las asignaturas a recibir son las teorías de la deformación en vicios y juegos y el profesor el máximo exponente de la farándula.

Logremos una juventud que supere sus propias apatías, a través de la (re)unión oportuna en búsqueda de soluciones innovadoras a añejos asuntos como la continuidad de estudios, recreación, proyectos de vida, problemas y carencias que dificultan la producción, los servicios, la investigación, la realización profesional, el insuficiente salario...

Es menester, dentro del infinito abanico de influencias sociales que nos intoxica, acrecentar nuestro liderazgo y representatividad. Corresponde conciliar nuestras creencias, actitudes, expectativas y comportamientos, bajo el convenio de no ser simples congresistas y receptores pasivos, sino jóvenes capaces de, a fuerza de sudor e inteligencia, luchar contra lo que nos debilite y dañe, lo banal y corrupto, lo que nos desuna y desmovilice.

Urge eliminar los excesos en las listas de jóvenes comunistas tan solo por cumplir una suma y romper la univocidad de criterios que nos anexan. Analicemos, desde la óptica de lo que realmente favorece o perjudica, las desigualdades, competencias, egoísmos e injusticias desde su génesis: la apertura del turismo, la doble moneda, las migraciones, las nuevas tecnologías y ahora la inserción de mecanismos de privatización en la economía cubana.

El X Congreso de la UJC, a celebrarse el 18 y 19 de julio, debe ratificar lo que planteó el Comandante en Jefe Fidel Castro el 13 de marzo de 1962: “¿Y qué juventud queremos? ¿Queremos, acaso, una juventud que simplemente se concrete a oír y a repetir? ¡No!. ¿Una juventud, acaso, que sea revolucionaria por imitarnos a nosotros? ¡No!, sino una juventud que aprenda por sí misma a ser revolucionaria”.

Entonces, ¿por qué dejar que en saco roto quede buena parte del debate? De ahora en adelante seremos los costureros de una sociedad cubana llamada a restaurar, no para emparchar o zurcir deficiencias, si no para hilvanar el sacrificio, la fe y el amor al ferviente deseo de continuar una Revolución construida a puro corazón.

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