La maquinaria electoral de la socialdemocracia, los grandes banqueros, empresarios, poderosos medios de comunicación y el empuje de las fuerzas neoliberales y del gobierno estadounidense y la reacción internacional, no pudieron impedir el triunfo de la Rousseff, más que justificado por los resultados obtenidos en el fortalecimiento económico del país, su distribución más equitativa y los beneficios sociales entregados al pueblo, preferentemente de las regiones más desposeídas, en sus cuatro años como presidenta.

La embestida de la derecha, sustentada en la supuesta generalización a todas las esferas del gobierno (incluido el PT) de los actos de corrupción detectados en la estatal petrolera PETROGRAS, la desaceleración  económica de estos últimos años, como consecuencia de la crisis mundial, y los niveles de inflación, fueron las armas electoralistas que utilizó el Partido Social Demócrata Brasileño (PSDB) para tratar de desbancar del poder a Dilma, pero lamentablemente estaban melladas, de allí la frustración en el logro de sus objetivos y en la estrategia de si ganaban la presidencia conducir la nación por la senda del neoliberalismo y volver a entregarla a los brazos (tentáculos) de los Estados Unidos.

Tampoco les bastó que la “desteñida” Marina da Silva, que se presentó como aspirante a la presidencia por el Partido Socialista (PS) en la primera vuelta, pusiera a disposición del candidato del PSDB Aédo Neves, (no sin larga lista de oportunistas condicionamientos) los 22 millones de votos que recibió, que desde luego, no todos fueron a parar a su boleta, ya que no resultó electo.

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