CAMAGÜEY.- El olvido es inevitable, dice una frase gustada por muchos, y es cierto que el tiempo barre lo empolvado. Pero, ¿qué es un país sin historia y qué es un pueblo sin su esencia?

El nuevo siglo llegó convulso, las pantallas y sus añadiduras han ido robando espacio y ocupan el lugar de los conocimientos y el apego a los orígenes.

La historia local, por su parte, aparece para salvar de la carencia los procesos individuales y sociales del quehacer cotidiano de una comunidad, pero lamentablemente, a veces, se pierde de un lado a otro de las palabras.

Camagüey es urbe de tradiciones por excelencia, de leyendas que han ido de generación en generación y ahora, cual eslabón perdido, pareciese disiparse.

El ejemplo más cercano es el reciente San Juan. Hacer el ajiaco en los barrios ya es casi una rareza y qué decir de la música, esa no es la tradicional bailable la que se disfruta en cada lugar de festejo sino la grabada de intérpretes, mayoritariamente, extranjeros.

Este fenómeno se refleja también en las escuelas, donde jóvenes de la enseñanza media, no saben lo que les antecede y peor aún, no están interesados en aprenderlo y así imaginar aunque sea el futuro.

El resultado de los exámenes de Historia, todavía apegado a mi memoria por lo reciente de mi propia experiencia al terminar los estudios preuniversitarios, y rememorar la dificultad que presentan los educandos para conseguir notas satisfactorias, demuestra la falta de estudio sobre todo de la Historia de Cuba, mientras que los conocimientos de la local se guardan poco a poco en un baúl y no de los recuerdos.

Justificado en ocasiones como problema docente, es imposible negar, que tanto padres como alumnos tienen culpa, pues no le dan la valía que amerita al hecho de conocer cada paso de la formación de la nación.

Con respecto a los hechos vinculados con la localidad, se debería fomentar en las aulas el estudio interactivo de sucesos y características de la ciudad, pues la riqueza histórica que nos precede es el mayor orgullo de todo agramontino.

Debe tenerse en cuenta que la cultura general integral se afecta directamente por la pérdida de saberes y para rescatar la historia de nuestra nación y no caer en las desavenencias de la dependencia, se necesita prestar más atención a los alumnos que desde las aulas se están disociando cada vez más.

Mientras, los educadores y directivos de ese sector, tienen en sus manos la tarea de reordenar programas relacionados con la historia, es decir, dejar de lado la benevolencia que caracteriza nuestro sistema educativo y poner más rigor a la hora de impartir las clases y en el momento de calificar, como una manera irrefutable de no dejar brechas al olvido de nuestra historia.