CAMAGÜEY.-La madre de Lucía tiene un sueño para el próximo curso, el que ya preparan las escuelas camagüeyanas: menos tensiones a la hora de las tareas. Fueron muchas, demasiadas, las que tuvo que asumir ella este año escolar. Hubo un mes en que contó tres que no le parecían aptas para su niña. “¿Cómo le van a pedir que hable de figuras de la historia de Cuba si no se daba esa asignatura? Es como si nos mandaran los ejercicios a los padres y no a los alumnos”, reflexionó.

Durante cuarto grado, Lucía, o más bien su madre, investigó de los sistemas del cuerpo humano y sus funciones; tecleó, en alguna computadora prestada, sobre el concepto de naturaleza, las relaciones sexuales y cuestiones demográficas del país. Es preocupación colectiva, nos cuenta y constatamos, por hijos, familiares, vecinos, conocidos...  muchos trabajos independientes son asumidos por los progenitores para “auxiliar” a sus hijos en el cumplimiento de las obligaciones escolares. ¿Serán todos tan complicados como los de Lucía?

Las causas de ese auxilio pueden ser tan variadas como tipos de familias existen. Y las justificaciones, más distintas aún: “Cómo no lo voy a ayudar si ni los enunciados de las tareas se entienden”; “le hago los trabajos porque no quiero que obtenga malas notas”; “como en algunos libros de texto no viene lo que piden, aprovechamos la computadora en la casa, copiamos de la Wikipedia, después se imprime y ya”.

Aunque a nivel nacional hay normas y formas de evaluar, cada profesor debe y puede adaptar esas guías a la realidad de su clase, sin excederse ni quedarse por debajo de las capacidades y conocimientos de sus estudiantes. Si las tareas sobrepasan el nivel cognoscitivo de los alumnos y otros asumen su realización, el resultado es la baja o nula asimilación del contenido.

Los excesivos requisitos para la entrega de estudios independientes: fotos en los anexos, páginas impresas y con extensos textos... hacen que se pierda el objetivo de la investigación y aparezca una barrera para los que no tienen cómo imprimirlos.

Las tareas siempre han desempeñado un papel fundamental en el proceso de enseñanza-aprendizaje, pues compendian la actividad que desarrolla el estudiante en clases, lo obliga al autoestudio, lo inicia en la siempre necesaria habilidad investigativa.

Toca en el hogar defender esas funciones, impulsarlo a que haga solo todo lo que pueda. No criticamos a los adultos que explican alguna duda o se interesan por el desempeño escolar. Más que una opción, constituye un deber. Pero simplemente eso, ayudar, crear mecanismos para que el pequeño genere sus propias respuestas, para que analice, contraste, aprenda.

Acudir a Ecured, o peor aún a la Wikipedia o  páginas facilistas en Internet (cuyas miradas en política e historia distan tanto de la que enseñamos), no debe ser la primera opción para cumplir una encomienda académica. No pasa de moda lo de buscar en varios textos, preguntar a especialistas o visitar la biblioteca. Resultan oportunidades para entrenar el cerebro e instituir mecanismos útiles para el futuro profesional.

Emplear las tecnologías para ampliar o facilitar el estudio no es un error, al contrario. De hecho, habría que revisar qué uso pueden dárseles a los medios informáticos en las escuelas. Lo que no debe pasar es que se pierda la creatividad y la formación de valores por el fraude que es copiar y pegar. Ello se agrava con la tranquilidad de algunos docentes que aceptan como excelentes trabajos que parecen calcomanías de sitios digitales, incluso de los que tergiversan la historia cubana o no están acordes con nuestros modos de educar.

La solución, la asignatura pendiente para el curso próximo, puede estar, creo yo, en el logro de un equilibrio entre la escuela y la familia; en la comunicación... Si cada uno de los lados le regala al niño su mayor esfuerzo, si dialogan sobre las dificultades que entorpecen el normal aprendizaje y se entiende de ambas partes que pretenden arribar a la misma meta, los resultados serán superiores, y mañana tendremos médicos, técnicos e ingenieros mejor preparados.

Esperamos, como la madre de Lucía, que julio y agosto inspiren un curso superior. No pocas probabilidades hay en una provincia cuyas escuelas, todas, se incluyen ya en el tercer perfeccionamiento del sistema de Educación. Aspiramos que cada parte juegue su rol para que en el período lectivo que se avecina, los mayores no sean los principales protagonistas. Las tareas son para los alumnos.