CAMAGÜEY.- Dicen los estudios que la migración es un derecho vital. Dicen las estadísticas que la migración beneficia tanto a los países receptores como a los de origen. Digo yo, que soy un rosario de gente que se me ha ido, que aunque ese derecho se cuantifique en números y bonanzas, también pesa en pesares.

Luego de la oleada migratoria que colocó a Cuba en titulares entre el 2015 y el 2017, otra vez los nacionales ocupan leads noticiosos con la deportación desde México de más de 100 ciudadanos, el pasado 27 de marzo y ayer. Aunque la suspensión de la política pies secos/pies mojados en enero del 2017 por el gobierno de Obama, y las posteriores prácticas xenófobas y antiinmigrantes de Donald Trump han frenado el éxodo de cubanos hacia ese país, los intentos persisten.

En un muro público de una red social leí: “dile a tu mamá que me llame, ‘Adriana’ está en la frontera y estoy desesperada”. Sé de otra que “vende” toda su genealogía en busca del mismo linde. Conozco de las visas de subasta para cruzar el golfo; y de quienes truecan el estado civil por el des-amor de un derecho de Aduana, persisten.

Es un derecho. Elegir donde vivir, donde desembolsar el trabajo, donde pasear, donde comprar pan y arroz y carne, donde engendrar hijos, donde esperar la tercera edad, donde ser feliz, es un acto tan recto como los ejes que se cortan en los 90 grados.

Lo entendimos. En el 2012 la aplicación del Decreto Ley No. 302, modificativo de la Ley de Migración de 1976, eliminó las trabas, nos abrió las puertas al mundo. La nueva legislación suprimió el permiso de salida al exterior, el requisito de la carta de invitación, y la figura del emigrante definitivo sin retorno. Las regulaciones amparan la migración temporal y de retorno desde la validez del pasaporte por dos años.

En un artículo de enero de este año, Cubadebate publicó declaraciones de María del Carmen Franco Suárez, subdirectora del Centro de Estudios de la Población (Cepde) de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información a la Agencia Cubana de Noticias. Dijo la especialista que desde la década del ‘30, Cuba es un país de emigración. Tal clasificación sugiere que son más las personas que salen que las que entran.

En su texto La perspectiva migratoria en 2017: ¿Cambio de reglas?, disponible desde marzo de ese año en la página web de la revista Temas, el investigador Antonio Aja Díaz revela que en los últimos quince años Cuba muestra un saldo migratorio negativo, con tendencia al crecimiento, dato que “reafirma la vocación de salida que ha estado presente en el país durante los últimos 80 años”. Además señala que “las tendencias migratorias reforzadas en el pasado reciente se mantendrán al menos hasta el 2030. El potencial migratorio de la población se moverá entre algo más de 781 000 y aproximadamente 826 000 salidas netas entre el 2010 y el 2030”.

Nada es bueno ni malo per se. Existen otros adjetivos y tendencias que “dibujan” mejor los fenómenos. Desconozco si el peso de las remesas en el producto interno bruto de Cuba está “calculado” y accesible. Pero de que influyen, influyen.

En el citado trabajo de Cubadebate resaltan los resultados de una encuesta del Cepde en la que analizaron los desplazamientos internos y externos de la población cubana. El instrumento arrojó que el 38 % de los nacionales tiene familiares en el exterior de manera temporal o permanente, y que “de los cubanos que viven en el exterior, desde el año 2008 hasta la fecha de la encuesta en el 2016, ya sea de forma permanente o temporal el 77 % envía algún tipo de ayuda a sus familias y el 95 % de esta ayuda lo constituyen las remesas”. Más claro ni el agua.

Trump “levanta” muros contra las posibilidades a cubanos de una impugnada y todavía vigente Ley que nos des-ajusta desde 1966, pero en la concreta el estatus privilegiado sigue alentando el éxodo inseguro de cubanos.

Solo en el 2015 más de 45 000 cubanos entraron a Estados Unidos provenientes de México (según datos de The New York Times republicados por Cubadebate), y en el 2016 otros 56 000 de manera similar. Esas cifras no incluyen los 20 000 que debieron recibir visas de inmigrantes, según los acuerdos migratorios de 1994 y 1995 entre ambas naciones. De las travesías y descalabros para llegar a la frontera sur mexicana y acceder a territorio norteamericano, lamentablemente, mucho sabemos.

Pareciera que Trump y todo su gabinete, como es costumbre ya, se desdicen. Por una parte el presidente despliega todo su discurso antiinmigrante, separa familias, hace gala de su falta de clase y de humanidad, y por otra, además de incumplir convenios, ahoga las opciones a los cubanos para viajar de manera ordenada y regular a su país. Desde el pasado 18 de marzo Estados Unidos redujo para los ciudadanos cubanos el tiempo de validez de la visa B2 de cinco años a tres meses, y con permiso para una sola entrada. La decisión se suma a otras arbitrariedades: el cierre de los servicios consulares en La Habana y el incumplimiento de la cuota de visas a los cubanos.

Mientras, partir implica desdoble de vida, valla “oceánica” entre lo que fue y lo que será, los que estuvieron y los que estarán, pero, como con los hechos, todo va a parar a la línea (derecha) del tiempo de la historia personal. En ello radica la génesis de los “estudios”, y las “estadísticas” y los “rosarios”: en el derecho, íntimo y vertical, a la elección.