CAMAGÜEY.- ¿Terminó el ciclo progresista en América? ¿Es un ciclo? ¿Por qué se atreven a proclamar hemisferios libres de todo aquello que huela a socialismo? ¿Es una nueva versión del tan difundido “fin de la historia”, ahora con otros protagonistas? Es cierto que los gobiernos populares del continente no viven sus mejores años, los golpes recibidos en los últimos procesos electorales ocupan a analistas y teóricos de ambos bandos.

Con la llegada del nuevo siglo, nuestros pueblos, cansados de neoliberalismos y abusos de los poderes económicos internacionales, comenzaron a votar gobiernos progresistas con programas populares. Líderes sindicales, de movimientos sociales y revolucionarios llegaban al poder por la vía electoral. Fue la década ganada. Antes se tenía la experiencia de Allende en Chille, pero algunos aseguran que la luz de cambio en América se encendió hace 60 años.

La bonanza petrolera –el barril a más de 100 USD– y los altos precios de las materias primas permitieron desarrollar ambiciosos proyectos de redistribución de las riquezas. Los gobiernos redujeron la pobreza, la desigualdad, lucharon contra el analfabetismo, elevaron los niveles de salud, pero se quedaron allí. Si no se transforman las estructuras de la sociedad, si se coquetea o se pacta con la derecha para llegar al poder, es prácticamente imposible trascender.

Con el paso del tiempo, la izquierda en algunos países no ha sabido administrar el éxito ni consolidarlo. Apostar solo a la satisfacción de necesidades, sin crear basamentos ideológicos sólidos, llegado un momento deja de funcionar, porque las necesidades son crecientes y la capacidad económica de los estados no crece de un día para otro. Ha faltado una estrategia de educación política del pueblo y su consecuente organización y movilización. “No se puede cultivar en la gente una esperanza de vida burguesa”, que es lo que ha pasado en los últimos años. El teólogo de la liberación Frei Betto dice que educar la subjetividad humana es tan importante como garantizar a la gente los bienes materiales esenciales para una vida digna. El poder no puede ser un violín, según Betto, que se toma con la izquierda y se toca con la derecha. Los pueblos pasan factura si no se les alfabetiza políticamente; hay que mostrarles proyectos más que líderes circunstanciales, porque se va el líder y se pierde lo conquistado. Estamos obligados a crear proyectos políticos de largo plazo.

El distanciamiento de las bases populares causa el retroceso experimentado. Una vez conquistado el poder tienden a olvidarse de las promesas de cambio, ¿cuál es la diferencia con la derecha entonces? Esa pérdida de contacto con las bases crea un vacío que ocupan fuerzas de derecha populistas que “se pintan solas” como la alternativa. No es un fenómeno de América, sino global. Queda demostrado que las fuerzas reaccionarias tienen mejor capacidad de asumir los nuevos escenarios; en tanto los movimientos progresistas no se adapten a las nuevas formas y circunstancias seguirán perdiendo terreno.

Los tiempos cambiaron, ya la política no se hace como en los sesenta o los setenta. Nuestros pueblos no quieren saber de los establishment, y en ese sentido utilizar las tecnologías de la información y las comunicaciones pudiera ser una excelente vía para romper esquemas. Las TICs ya no son nuevas, pero para la izquierda siguen inexploradas. Hasta el Papa habla de los influencer y nosotros seguimos viéndolas como las armas del enemigo.

La derecha, en cambio, se adaptó a ese escenario: Bolsonaro ganó en Brasil por los youtubers y las fakenews (noticias falsas) difundidas por WhatsApp; Macri dio clases de mercadotecnia en la campaña contra Scioli, robándose términos tradicionalmente utilizados por sus rivales, su campaña digital fue uno de los secretos, dividida en ocho áreas: estrategia, contenidos, publicidad, métricas, diseño gráfico, posicionamiento web y analytics, email, marketing y desarrollo. Ante tanta ciencia no es posible seguir dando respuestas artesanales y lo más preocupante es que aún no hay en los partidos y las organizaciones una reflexión sobre cómo nos están golpeando esas máquinas de hacer guerra ideológica y sicológicas. En ese sentido, el mexicano Fernando Buen Abad ha reiterado su llamado a crear semánticas e imaginarios distintos a los del inicio de este siglo porque estos ya no funcionan. La pregunta es cómo continuamos la batalla. No hay más respuestas, debemos reconstruir la imagen de las izquierdas - izquierdas porque debemos respetar ante todo la pluralidad - y reconfigurarlas más allá de un programa político.

El capitalismo no es eterno, ni es un ciclo que pasa. Las condiciones para nuevas revoluciones siguen estando allí, pero eso hay que demostrarlo. Recomenzar y reconstruir proyectos creativos es esencial, reinvertarse más allá de los modelos establecidos y ser originales es una prioridad. Dejemos el pesimismo para tiempos mejores, dijo alguien, no es época para lamentarse sino para revertir nuestros errores.

Los cubanos hemos sido muestra de que con un pueblo consciente y preparado sí es posible transformar un país, aún en las condiciones actuales. Como una muestra les dejo nuestro Sí rotundo. Sin dudas, queremos seguir jugando a lo perdido, queremos seguir siendo zurdos más que diestros porque sabemos que no ha pasado de moda la locura.