CAMAGÜEY.- La felicidad de los últimos cuatro almanaques deja atrás las lágrimas, el desespero de Adriana, de Olguita, de Mirtha por ver a su hijo antes de morir... muchas penas de 16 tortuosos años. Sin embargo, Carmen no pudo vivir aquel 17 de diciembre sanlazarino que trajo a su hijo Gerardo de vuelta a casa.

Por eso hoy es un día de emociones encontradas, en el que se junta el llanto por los que ya no están y lo dieron todo por una causa justa, y ese sentimiento que deja la victoria y el saber que al final, por difíciles que fueron las circunstancias, vimos a los tres últimos descender por la escalerilla de aquel Boeing norteamericano que los trajo de regreso a Cuba.

Cuentan los que estaban allí, en el aeropuerto, que hasta ese momento fue tenso, como mismo fue la historia de los Cuban Five desde sus inicios, desde aquella fresca madrugada de septiembre de 1998 que cambió la vida de cinco seres humanos para siempre. En un operativo sin precedente el FBI cayó con toda la fuerza, como saben hacer ellos para que la gente se sienta el momento de la detención, sobre ocho viviendas del condado sur de la Florida. Comenzaba un nuevo capítulo de nuestra complicada historia con los vecinos del norte.

Política, presión y show mediático fueron las palabras claves de aquellos meses, en los que muy pocos sabían de este lado lo que sucedía en Miami. Desde muy temprano en la mañana del sábado 12 de septiembre de 1998, cada medio de comunicación en la Florida hablaba sin parar acerca de la captura de unos terribles agentes cubanos, dispuestos a destruir los EE.UU., la frase que la Fiscalía adoraba y repetiría una y otra vez durante todo el proceso.

No hubo nunca interés por hacer un juicio justo, el 27 de noviembre del 2000, René González describe en su diario: “Al regreso del almuerzo ya los familiares de los pilotos de Hermanos al Rescate están dando un show frente al edificio de la Corte. La Jueza tiene que pedir a los fiscales que paren el espectáculo de sus ahijados. De paso la prensa –que ha sido vocera de la fiscalía a través de cientos de artículos amarillos contra nosotros- ya está merodeando a los posibles jurados".

Meses antes, el 16 de marzo del 2000, la jueza Joan Lenard declaraba al diario The Miami Herald, “Este proceso será mucho más interesante que cualquier programa de televisión”. No estaba lejos de la verdad la magistrada. Las violaciones e inconstitucionalidades, sus mismas actuaciones, los cargos sin pruebas, el ensañamiento y cerco mediático presente desde el mismo momento de la detención de los Cinco antiterroristas cubanos así lo demostraron, fue un reallity show al más puro estilo anglosajón.

El juicio también dejó algunos récords, además de que fue en su momento el más largo de la historia, es también en el que más volumen de información clasificada se ha manejado, además de que tiene el primer lugar en la participación de personalidades, oficiales del ejército norteamericano, agentes de inteligencia de ambos países involucrados.

Entre tantas manipulaciones llegaron los cargos: Conspiración para Cometer Espionaje, aun cuando no se encontró información sensible que afectara la Seguridad Nacional de aquel país, el architratado Cargo Tres contra Gerardo de Conspiración para Cometer Asesinato en Primer Grado y otros cargos menores que se justificaban con la doctrina jurídica del Estado de Necesidad.

Casualmente la acusación de Asesinato llegaba semanas después de que el Presidente Clinton hiriera a la mafia y rescatara al niño Elián González, secuestrado en Miami. Fue como el calmante que necesitaba la ultraderecha cubanoamericana en el Sur de los Estados Unidos y sirvió de combustible para el fuego que ya de por sí existía. Una muestra de que la tan cacareada independencia entre los poderes no es real se vio cuando la Fiscalía pidió al Onceno Circuito de Atlanta retirar el cargo por considerarlo un obstáculo insuperable para probar; poco le importó eso a Lenard y a un jurado amenazado que no encontró otra salida que encontrar culpable a los Cinco de sus cargos y condenarlos, cargados todos con todo el odio acumulado por 40 años contra un país que había decidido ser libre.

Como expresó el analista cubano Alejandro Castro Espín en su libro Estados Unidos, El precio del poder, “De acuerdo con los datos aportados por el propio FBI, 12 de los 19 presuntos autores de los atentados del 11 de septiembre de 2001 se entrenaron en la Florida [...] Mientras tanto, sus agentes en Miami se afanaban en detener, encausar y sancionar a los 5 patriotas cubanos. Una vez más el pueblo norteamericano pagaba las consecuencias de la arbitraria obstinación de reducidos pero influyentes estamentos de poder”.

Como era de esperar el caso no encontró solución en más de diez años para aquí y para allá por todos los niveles de Apelación, desde el Onceno Circuito de Atlanta hasta la mismísima Corte Suprema que hizo caso omiso a uno de los procesos más interesantes de la historia jurídica norteña, reconocido así por ellos mismos. Y es que desde el comienzo fue político y su solución fue política.

Luego de varios llamados al diálogo que hiciera Raúl a su par norteamericano Barack Obama, las mediaciones del Vaticano, la intervención del congresista Patrick Joseph Leahy --quien mucho tuvo que ver con la posibilidad de que Adriana y Gerardo tuvieran a Gema--, y 18 meses de negociaciones secretas en Canadá, se acordó por un lado la liberación de Allan Gross, un contratista de la USAID detenido en Cuba por acciones de espionaje y de subversión y de Rolando Sarraf Trujillo, criptógrafo que mucho había tenido que ver en la detención de la Red Avispa. Y por otro lado el regreso a Cuba de los tres que aún permanecían encarcelados. Por cierto, conversando con Gerardo, tiempo después de su llegada a Cuba, supe que la Red tampoco se llamaba Avispa, esa fue otra de las construcciones mediáticas que tuvo este proceso.

De esos primeros momentos recuerdo a Olga contando cómo llevaba a Ivette a la acera de enfrente de la prisión para que René, desde el piso 12 donde estaba confinado, pudiera disfrutar de los primeros pasos de su hija más pequeña, o la historia del chantaje que intentaron contra él cuándo le pasearon a su amada vestida de naranja (uniforme de preso) por delante y este rebelde de pura cepa le soltó, más para sus captores que para ella, aquel “qué lindo te queda el color naranja”. Y a Adriana, el bonsai de Gerardo, una de las Amalias de estos tiempos, pidiendo que la ayudaran a impedir que su esposo regresara en una caja de muertos para Cuba.

Casi cuatro años han transcurrido de aquel 17D que inició otra etapa de la tensa historia vivida entre la Isla Rebelde y la Superpotencia Imperial. Obviamente cuatro años que no son suficientes para recuperar los 16 años que les arrebató el odio de unos pocos; sin embargo René, Fernando, Ramón, Antonio y Gerardo han logrado reencontrarse con sus vidas, tratar de cumplir algunos sueños que ya parecían imposibles, en el caso de Gerardo hasta por partida triple, y hoy se ubican, como tantas veces nos los escribieron en cartas, cada uno desde su trinchera aportando al país que una vez abandonaron fingiendo ser hombres más altos y menos viejos, y que no se parece al que encontraron más de 16 años después.

Hoy la historia es más fácil de contar, describir a Gerardo llegando a casa, luego de un día agotador de trabajo, y sentir tres gritos casi al unísono de “Papi….” no puede ser mejor final, o a René dedicado a algo que le gusta, buscando maneras de hacer llegar a Martí mucho más fresco a los jóvenes, a un Ramón desde la Asociación Nacional de Economistas y Contadores aportando sus conocimientos a un país que necesita de economistas comprometidos, a un Fernando líder, por moral y por cargo, del movimiento de solidaridad con Cuba en el mundo, y a Tony, que aunque más nunca ha pintado o ha escrito poemas, se dedica a lo que estudió y dirige hoy al máximo nivel del Ministerio de la Construcción.

Pasarán los años, a lo mejor ellos ya no estén vivos, pero es este pueblo el que puede contar ese pedacito de historia escrito por cinco hombres que tantas veces vimos en carteles, pulóveres, por los que tantas veces exigimos su libertad a viva voz, bajo agua o en lo alto del Turquino, a quienes recibieron de su gente el título de Héroes como pago por tanto amor, para que nuestros hijos y nietos sepan que esta Isla, en este siglo,  seguirá pariendo héroes, necios que, cómo dice Silvio, van a morir como vivieron.