A gritos dos vecinas exponían sus razones en un asunto que bien comprendían los convivientes del lugar, pero tal manifestación de defensa más que sumar, causó rechazo por la forma tan desmedida de la conversación, de la cual solo quedó el mal sabor del alboroto sin más beneficio popular.

Situaciones como estas lamentablemente emergen con frecuencia  en toda la geografía nacional y muchas veces terminan en irrespeto, indisciplina y violencia, con el único resultado de lacerar las buenas normas y hábitos de conducta social que deben ser conservados y transmitidos a las nuevas generaciones.

Vociferar no dará más razón a la persona que esgrime su verdad, lejos de ello perderá una oportunidad para persuadir e involucrar, y promoverá un pésimo estilo de comunicación y la exclusión y desinterés de quienes escuchan.

En las discusiones, conviene defender correctamente las ideas, sin apasionamientos, y mantener la serenidad para contribuir a un mejor entendimiento entre las personas y cuando es el interlocutor el que incumple esta norma, se debe ser tolerante con él.

Como parte esencial de la educación resulta muy sano en un diálogo dominar los arrebatos de ira, no gesticular o hacer movimientos exagerados, ni abandonar la conversación sin solicitar y obtener permiso.

Hablar alto  constituye una forma de mal gusto al expresarse, poca delicadeza y mala educación, por eso es muy importante manejar la voz, pues de lo contrario se logra una actitud reprobable sin mayor atención que si se mantiene un tono grato, con las inflexiones precisas y de acuerdo con lo que se desea expresar.

El que grita confiesa el fracaso de hacerse oír, reza un sabio refrán, que presupone una relación viciada: tratar de imponerse por el tono de la voz y no por los argumentos.

Quien interrumpe no escucha, solo piensa en lo que él quiere decir, de ahí la sagacidad de esperar para hablar y respetar el turno del otro individuo, al igual que evitar ser impaciente, controlador dominante, impulsivo y querer que las cosas se hagan y digan a tu manera.

Toda verdad tiene matices y enfoques variados que se deben respetar para vivir en armonía y comprensión, por lo cual se debe apartar la firme creencia de que algo es así porque sí, negando a los otros toda posibilidad de rectificar, interrumpiendo la comunicación y cortando palabras.

En una conversación resulta fundamental relacionarse, transmitir un mensaje, informar al otro  la opinión personal, convencer de algo, conseguir colaboración, comprensión, tolerancia, no humillar.

Si se logran multiplicar y reproducir esas buenas prácticas de convivencia ciudadana, en todos los contextos del ámbito nacional será fructífera la construcción de una sociedad cada vez más educada, creativa y participativa.