CAMAGÜEY.- Para escrutar el resultado del balotaje presidencial en Colombia me afilio a la tesis del vaso medio lleno atendiendo a que el panorama actual favorece a la fuerzas de izquierda, que nunca alcanzaron posiciones políticas como en las que se encuentran ahora.

Que Gustavo Petro haya obtenido alrededor de 8 millones de votos en un país donde tradicionalmente son los partidos de la derecha los que se han disputado la silla presidencial, a mi juicio tiene el mensaje de que el conservadurismo histórico colombiano está perdiendo terreno, a pesar de haberse impuesto ahora en la persona de Iván Duque, ganador de la segunda vuelta en las elecciones celebradas el pasado domingo.

Ya en la primera ronda el candidato del uribismo había obtenido una notable ventaja sobre sus otros cuatro oponentes en los que frente al 39 % de los sufragios que obtuvo solo se le acercó Petro con un 25 %, mientras los otros tres quedaron bien distantes, aunque no pudo desconocerse el 23,73 %, unos 4 millones de votos, de Sergio Fajardo del partido Alianza Verde, al que no pocos estimaron más próximo a las tendencias de Duque que a las de Petro.

Tampoco puede ignorarse que la principal fuerza guerrillera del país, Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) tras una contienda que ya dura más de 50 años, aparece en el panorama colombiano como una nueva fuerza política que indiscutiblemente irá escalando posiciones en la medida que el tradicional conservadurismo siga perdiendo espacio.

En el análisis de los resultados de esta contienda electoral no puede obviarse la furibunda campaña de intimidación desatada por las fuerzas de derecha contra el candidato de la izquierda a quien vinculaban con el “castrochavismo” para asociarlo a medidas extremas contra la propiedad privada y gobierno totalitario, todo lo cual hizo mella a la hora de que los ciudadanos ejercieran el voto, y sujetos estos en buena medida de una cultura “parroquial” tradicional, se decidieran a ver en el conservadurismo representado por Duque un mal menor.

Por otra parte, no son pocos los que durante estas cinco décadas han vivido holgadamente a expensas de los grandes presupuestos dedicados por el país para hacer frente a la contienda bélica a los que no están dispuestos a renunciar, y mucho menos a la “cooperación” que bajo el supuesto de combatir el tráfico de drogas le brindan los gobiernos norteamericanos, intereses a los que un clima de paz y concordia perjudicarían.

Es por ello que para concitar ese apoyo, Iván Duque utilizó como parte de su campaña electoral el pronunciamiento de que revisaría los acuerdos del Gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC alcanzados en La Habana, por considerar que otorgan a los exguerrilleros determinadas concepciones que no son correspondidas por estos.

Aunque lo cierto es que Duque se agenció la presidencia colombiana con el 53 % de los votos, no es menos que Petro alcanzó la cifra de 8 millones de sufragios, que cuatro millones de boletas se emitieron en blanco a sugerencia de Fajardo y La Calle, dos de los candidatos de la primera vuelta y que el 43 % de los colombianos empadronados no concurrieron a las urnas.

Por lo pronto, las interrogantes, por lo visto hasta ahora, acerca del rumbo del nuevo Gobierno no son muchas, habría que ver qué curso toman las negociaciones con el Ejército de Liberación Nacional (ELN) con sede en La Habana, la revisión de los acuerdos con las FARC prometidas por Duque y qué curso sigue el panorama de exclusión social, corrupción, concentración de la propiedad de la tierra y otros males precarios, como el de la educación, la salud que hasta ahora no han tenido solución.