CAMAGÜEY.- Refugiados y migración ilegal vuelven a ser temas polémicos en Europa de cara al Día Mundial de los Refugiados, este 20 de junio. El caso del buque Aquarius puso de relieve esta semana las contradicciones del viejo continente en su enfrentamiento al espinoso dilema de la migración.

Esta es una cuestión que sigue latente y sin una solución a la altura de los hechos, razón por la cual el Mediterráneo se ha vuelto la gran vía que muchos se arriesgan a atravesar, con el fin de buscar un futuro lejos de la miseria y la violencia.

El barco de la ONG “SOS Mediterranée”, con 629 migrantes a bordo, permaneció hasta el 12 de junio sin rumbo, debido al rechazo de los ministros del interior de Italia y Malta a recibirlo. El primero de estos, Matteo Salvini, no permitió el desembarco del buque, tras ordenar el cierre de los puertos italianos para impedir su entrada. El ministro argumentó que Italia empezaría a decir “no” al tráfico de personas y no a la inmigración ilegal.

Con una postura similar, aunque más semejante a la de Poncio Pilatos, el ministro maltés afirmó que el desembarco de la nave no era responsabilidad de su nación, ya que el rescate se produjo en la zona de Libia coordinada por Italia.

Estas actitudes reflejan la hipocresía de una región que llama a la defensa de los derechos humanos pero parece olvidar el sentido humanitario de los mismos. Muchos contribuyentes de los diversos estados contemplan a la población refugiada como un factor de incremento temporal o permanente del gasto social y, en consecuencia, de su carga tributaria. Al mismo tiempo, hay quienes culpan a los inmigrantes por el desempleo y el deterioro del Estado de Bienestar. Todo esto alimenta una creciente corriente de opinión contraria a la inmigración en las sociedades europeas, la cual es caldo de cultivo para la demagogia, la xenofobia y el populismo derechista.

Por otro lado, y salvando la moral europea, los alcaldes italianos de Nápoles, Palermo, Messina, Reggio Calabria y Taranto ofrecieron recibir al Aquarius, en contraposición a lo anunciado por el Gobierno central. El primero de estos, Luigi di Magistris, expresó que “si un ministro sin corazón deja morir en el mar a mujeres embarazadas, niños, ancianos, seres humanos… El puerto de Nápoles está preparado para acogerlos”.

Finalmente el nuevo presidente español, Pedro Sánchez, decidió recibir en el puerto de Valencia a los refugiados, con lo que parece querer revertir la política “anti-personas” de su predecesor Mariano Rajoy.

Se debe recordar que Europa es víctima de sus propios actos. Los migrantes huyen de la inestabilidad imperante en África y Medio Oriente, un “producto exportado” directamente desde el primer mundo. El apoyo al derrocamiento de Muamar el Gadafi y la posterior intervención de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Libia, así el financiamiento de la lucha de grupos rebeldes contra el gobierno sirio, son solo algunos de los aportes europeos al problema migratorio que hoy enfrentan.

Y no solo en el conflicto libio tienen responsabilidad quienes hoy buscan tirar la basura debajo de la alfombra. Más del 50% de los refugiados provienen de países como Siria, Afganistán e Irak, donde las confrontaciones bélicas y la desigualdades sociales son provocadas por la intervención de los miembros de la OTAN.

Según datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en los dos primeros meses de 2018 8 407 inmigrantes y refugiados llegaron por vía marítima a Europa, menos que en el mismo período del año pasado, en que el organismo registró 12 430. El año pasado alcanzaron las costas europeas 171.635 migrantes y refugiados, de los cuales un 70 % llegaron a Italia.

El Proyecto de Migrantes Desaparecidos (MMP) de la OIM informó que las muertes en las tres rutas del Mediterráneo hasta marzo de este año llegan a 463, solo un 14% por debajo del mismo período del año pasado.

Europa está frente a un dilema todavía por resolver pues amén del buen desenlace de los acontecimientos, quienes huyen del terror y la guerra seguirán tocando las puertas del continente en busca de refugio. Si bien para algunos son solo números y cifras indeseables, “efectos colaterales” de los conflictos armados, son seres humanos los que cruzan temerariamente el Mediterráneo, y por tanto son vidas humanas las que se ponen en peligro.