CAMAGÜEY.- Es hoy un buen día para recordar al novio de Jenny, al Moro, al fiel compañero y amigo de Engels, al descendiente judío, al gran aguafiestas, como lo definiera la cubana Paquita de Armas, porque les “aguó la fiesta a los burgueses”, porque fue él quien les mostró a los obreros un concepto inherente a los suyos, pues fue el primero en decir que “el motor de la historia es la lucha de clases”, porque a partir de sus postulados el mundo cambió. Él, como otros tantos, no vivió para verlo, pero sus ideas fueron la base teórica de las grandes revoluciones del siglo XX.

Carlos Marx fue más que filosofía o Economía Política, fue más que pensamiento; también tuvo tiempo para amar y escribir de pasiones: “Si amas sin despertar amor, esto es, si tu amor, en cuanto amor, no produce amor recíproco, si mediante una exteriorización vital como hombre amante no te conviertes en hombre amado, tu amor es impotente, una desgracia”. Y es que no era un extraterrestre, sino un ser humano, un hombre que se adelantó a su época, tanto, que aún no hemos alcanzado el horizonte que él nos legó.

Explicar, 200 años después de su nacimiento, que Carlos Marx y el Marxismo siguen teniendo actualidad, se vuelve para muchos complicado. Hacerlo cuando el socialismo se presenta como un modelo fracasado y el comunismo cosa de utopías, parece cosa de locos. Es de Quijotes, entonces, creer que lo que habló aquel hombre barbudo de mitad del siglo XIX es la salvación del mundo dos centurias después. Pero de eso se trata cuando se es comunista: de ser realistas y soñar con lo que pudiera parecer imposible.

Su análisis del capitalismo todavía resulta clarividente, y hasta sus enemigos acérrimos respetan lo que planteó. Hace poco leí en un sitio para nada marxista que “en tiempos de ansiedad por el cambio tecnológico, de aumento de la desigualdad, de reconfiguración de las clases sociales y de transformación de la democracia, algunas de sus observaciones resultan extrañamente actuales”.

Por eso tampoco me resulta sorprendente que en Estados Unidos, durante la última agudización de la crisis económica, acontecida hace poco más de 10 años, el libro más vendido haya sido su obra cumbre: El Capital. La gente quería saber qué decía Marx, y para muchos fue este su primer acercamiento a una ideología vilipendiada por un sistema que excluye lo que no le es funcional.

Pese al anticomunismo, la Guerra Fría, las campañas mediáticas… el gran mérito del Moro es que sus adversarios lo estudian, que aún, cuando muchos quisieran hacerlo, no lo han podido borrar de la historia y mucho menos de la filosofía. Esto explica por qué en muchas universidades del mundo capitalista se habla de él, y aclara también la frase de nuestro Martí, a quien la vida no le permitió conocer mucho de ese alemán; sin embargo, sin saber qué era el marxismo, dijo que por haberse puesto del lado de los pobres merecía respeto.

Quienes creemos en la ideología marxista tenemos el reto de desempolvarlo, de hacerlo potable y romper el mito de que es algo denso e indeleble, algo que no es para los jóvenes, porque Carlos solamente tenía 29 años cuando escribió el Manifiesto Comunista y comenzó a transformar el mundo. Y digo transformar porque hasta la era Marx los filósofos solo habían interpretado el mundo; después de Marx se demostró que la filosofía también podía cambiar el mundo.

Sueño despierto con que algún día el fantasma del comunismo arrase y se expanda por el mundo. Ese día los marxistas-leninistas habremos cumplido nuestra misión de salvar la humanidad. Pero para que esa utopía se realice tenemos la difícil encomienda de resucitar al Moro, y lograr que aun a doscientos años de su nacimiento siga siendo, incluso hasta para sus enemigos, un contemporáneo.