CAMAGÜEY.- Antes, para mí escuchar hablar de Donald Trump era tan frecuente como oír en alguna plaza de Camagüey un concierto de didgeridoo. Ahora, la rareza del instrumento australiano, de sonido agudo, profundo y místico ha quedado superado, en algún lugar de mi memoria, por las peculiares notas del violín que toca el actual Presidente de los Estados Unidos.

Después de la toma del poder, los gestos de este tenaz millonario son más amenazantes que cuando saludaba, desde una butaca, a los presentes en la edición de algún concurso para elegir a la Miss Universo. Por uno y otro lado vuelan las fotos de mohines, las caras ridículas, ceñudas y las manos que constantemente inmoviliza en el aire lo que parece una señal de OK; pero no todo está bien, porque en ocasiones, cuando alza su flamante violín y ejecuta la apasionada pieza “queremos liberar a Siria”, los oídos duelen.

Así como en los países nórdicos utilizan grandes quitanieves para despejar el camino, en la nación árabe se emplean vehículos similares. Son enormes buldóceres que apartan millones de metros cúbicos de escombros. Debajo de aquellos montículos de desperdicios hay madera, tierra, patrimonio edificado hace milenios, y gente. La gente que el vocabulario bélico designa nada más y nada menos como un daño colateral.

Sin embargo, cada vez Donald esgrime comentarios como “vendrán misiles bonitos, nuevos e inteligentes”, rechinan las cuerdas por el violinazo y pisa, como a una sombra insignificante a los más de 300 000 sirios fallecidos en la cruenta guerra civil para derrocar al gobierno de Bashar al-Asad. La sed de sangre está permitida siempre que los rebeldes, los yihadistas y las mentes militares, capaces de hacer bailar un elefante sobre una baldosa, cumplan su parte en la orquesta: sumar un nuevo bastión —petrolero— contra el binomio Rusia-China.

La caricaturesca presencia del Mandatario norteamericano en la política tiene excelentes matices musicales. Parece, por instantes, como si anduviera con un cartel característico, delante de su pecho que rezara —al estilo Charlie Hebdo— Je suis Trump. Un cartel que vi cuando declaró en junio del año pasado, en Miami, el retroceso de las relaciones con Cuba ¡Qué manejo del instrumento! Lo hizo tan bien que la escena me trasladó al pasaje en que el flautista de Hamelin atraía con su melodía a una colonia de ratas. Por cierto, la interpretación del himno de Estados Unidos, por el violinista Luis Haza, fue tan acertada como las actuaciones de su jefe de Gobierno en el campo de la diplomacia.

A pesar de la controvertida lucidez del hombre más importante de la Casa Blanca, existen pequeños destellos como el acercamiento a la República Popular de Corea del Norte. Después del melodrama vivido contra el Gobierno de Kim Jong-un, lleno de continuos cañonazos, fintas y lenguas sacadas a través de las redes sociales, suena una composición que reconcilia los corazones y aleja a las dos mitades de la Península Coreana, divididas por el paralelo 38, de una conflagración de alcances apocalípticos. ¿Se levantará el armisticio y se instaurará la paz, duradera? Al final de la partitura de Donald intuyo una sentencia: “hasta que el imperio los separe”.

Con el mismo arte con el que Trump se ha dedicado al violín, Estados Unidos ha demostrado que la silla presidencial, a lo largo de su historia, ha sido ocupada por varios mandatarios con interesantes dotes musicales: Harry S. Truman destacó por ser un show man con los sonoros platillos, tras aprobar el lanzamiento de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki; la trompeta resultó muy útil a John F. Kennedy en momentos como la retirada de la invasión de Playa Girón, y George W. Bush, con un padre como maestro, se hizo un reconocido timbalero en las arenas internacionales, en especial después del atentado a las Torres Gemelas.

Cuando todavía falta un poco más de dos años para la celebración de las elecciones, algunos hablan del presidente del país norteño como de un kamikaze que se dirige a su fatal destino. “Ese no sale na’”, piensan, pero de la misma manera en que se dice que la naturaleza tiene su lado misterioso e inescrutable, ¿cuántas veces la humanidad no ha sido testigo de la conversión de un sapo en caballero de la justicia o del resurgir de las cenizas la fantasía más tenebrosa? Bueno, al menos Trump está vacunado contra dos males políticos: el de los bolsillos vacíos y el de no tocar un instrumento. Sí, porque cualquiera que sea el nuevo habitante de la Casa Blanca debe saber tocar algún instrumento… pero cuando se lo pidan.