CAMAGÜEY.- No se trata de que los cubanos somos belicosos y conflictivos, cartelito que nos quieren endilgar algunos medios internacionales de difusión al servicio de la derecha y los intereses norteamericanos, sino que en realidad, simple y con entera naturalidad no permitimos que se pisoteen nuestros derechos, ni que sean ignorados cuando nos corresponde ejercerlos.

Digo esto porque como advertimos con anterioridad, incluso desde Cuba, la delegación cubana que asiste a la Cumbre de los Pueblos y a los foros paralelos que se celebrarían en Lima, a donde concurrimos con sinceros deseos de dialogar, intercambiar ideas y experiencias, en modo alguno íbamos a permitir provocaciones de ningún tipo y mucho menos que falsos y camuflados mercenarios se presentaran como parte de la sociedad civil de la Isla.

Con serenidad, lenguaje apropiado, y con mucha pasión, como somos los latinoamericanos y caribeños, ninguna ofensa quedó sin respuesta con sólidos argumentos que más de una vez pusieron a los organizadores de los eventos en evidencia de su parcialidad, debiendo acceder a nuestras justas demandas que en todas las ocasiones fueron respaldadas por la casi totalidad de las delegaciones, no pocas de las cuales también vieron violados los derechos de participación en los distintos foros.

Pienso, sin el menor de los chovinismos, porque las razones expuestas y las denuncias hechas no solo competían a Cuba, aunque fuera su voz la que se alzó en el escenario del cónclave entre los representantes gubernamentales y los de la sociedad civil asistentes a la Cumbre de los Pueblos, que el discurso del embajador cubano Juan Antonio Fernández expresó todo lo que hubiéramos querido decir los habitantes de nuestro archipiélago y los pueblos hermanos de la región.

Nada estuvo de más, nada faltó en este discurso, conciso y contundente, dicho con vehemencia, con esa fuerza y valentía que tiene la Revolución Cubana para decir las verdades en cualquiera de los escenarios a donde concurre, desde la Asamblea General de las Naciones Unidas, como lo hizo nuestro líder histórico Fidel Castro en más de una ocasión o en estas propias Cumbres, la séptima en Panamá, a donde asistimos por primera vez desde que fueron creadas en 1994, nada menos que en Miami, y en la que el presidente Raúl Castro dijo en presencia del mandatario norteamericano, Barack Obama, todo lo que tenía que decir, incluida la demanda de la devolución del territorio usurpado a la Isla por la base naval de Guantánamo.

Si la maltrecha Cumbre de las Américas en su VIII edición del segmento de alto nivel y la sumisa presencia de la OEA y su secretario general, Luis Almagro, solo sirvió para que sus patrocinadores norteamericanos blandieran nuevamente sobre nuestros pueblos sus desactualizadas doctrinas de dominación del hemisferio y sus apetencias de riquezas naturales y energéticas de la región, bien valió por nuestra parte la asistencia a la Cumbre de los Pueblos y sus foros paralelos para denunciar esas políticas imperialistas y patentizar nuevamente nuestra más firme solidaridad con la República Bolivariana de Venezuela y su presidente Nicolás Maduro, excluidos arbitrariamente de ese cónclave.

Con la decisión de rehuir su participación en la Cumbre de Lima, Donald Trump la privó de su “plato fuerte”, ya que hubiera sido la ocasión ideal para decirle en su propia cara todas las verdades que los latinoamericanos y caribeños les reservábamos, entre ellas la más decidida condena al bloqueo de Cuba y su decisión de recrudecerlo, el repudio a sus constantes agresiones a Venezuela y que su cruzada derechista contra los gobiernos populares y de izquierda del hemisferio está destinada al fracaso por la firme voluntad de nuestros pueblos.

De lo que quede después de la Cumbre de Lima, seguramente tendremos noticias, pues no son muchos los que le deparan algún futuro, tras el tiro de gracia que recibió esta VIII edición.