CAMAGÜEY.- La primera vez. La primera vez de las 30 veces que vino a Cuba aseguró: “Yo no merezco este honor, aspiro a merecerlo algún día en los meses y en los años por venir”. Corría el 14 de diciembre de 1994 y Hugo Rafael Chávez Frías era por esa época el militar “golpista”, el “rechazado” en América Latina y el Caribe.
Cuatro años después ganó las elecciones e impulsó un proceso de transformaciones en la sociedad, la economía, la política y la cultura de su país: la Revolución Bolivariana, que “estalló cuando más lo necesita nuestra América”, como afirmara Fidel.
Pero en 1994 todo era diferente. Una Venezuela unida bajo las ocho estrellas de su estandarte era una utopía y el joven militar barinero llegaba a la Mayor de las Antillas a hablar sobre Bolívar y, sin saberlo, a cimentar una amistad de dos siglos.
La relación de Chávez y Fidel es la más fecunda entre mandatarios. Sus afectos, solidaridad mutua y ejercicio universal de la política fueron de los más hermosos y feraces que hayan existido entre dos grandes hombres.
Sin embargo, la admiración del sudamericano venía de antes. En febrero de 1989 arribó el Comandante en Jefe a la Patria hermana por tercera ocasión para participar en la toma de posesión de Carlos Andrés Pérez —quien restableció los nexos diplomáticos con Cuba. Un joven militar, que trabaja en un edificio frente a Miraflores, lo observa cuando los presidentes llegan al Palacio Presidencial. “Allá va el Comandante Fidel Castro, esperanza de nuestros pueblos”, piensa a solas el mayor del Ejército Hugo Chávez, quien se para firme de lejos y le extiende un enérgico saludo militar.
Durante el primer encuentro la conversación marcó el derrotero de todo lo que vendría después, hablaron del Che, ese otro gigante Quijote de sueños libertarios. Después, todo lo demás: las misiones educativas, de salud, de deporte… el ALBA, sueño mayor para Nuestra América posible… y saldrían a recorrer el mundo los dos “diablos” que en cualquier cumbre hablaban con la fuerza de la dignidad.
Todos vivimos el nacimiento de ese “hijo” que lo llamaba llanamente así “papá ¿How are you?” desde su Aló Presidente. El mismo que había autorizado a Fidel a decirle lo que fuera, como la vez que le vaticinó: “Chávez, tú no tienes escapatoria, como yo no la tuve”, o la sentencia que en el 2002 calentó los hornos de la Historia: “Una última cosa te voy a decir, no te inmoles, que esto no termina hoy”.
En los días de más “sufrimiento y sacrificio”, los líderes, y los pueblos, también dieron la batalla juntos. El 5 de marzo del 2013 dijimos como Martí: “Déme Venezuela en qué servirla”, y dimos el hasta siempre al “mejor amigo”.
Sin embargo, el Comandante Bolivariano sigue alistando tropas, se mantiene en vigilia por su Venezuela desde el Cuartel de la Montaña. Hoy, nosotros recibimos tareas diarias desde la “piedra universo” que late en el corazón de la Santa Ifigenia santiaguera. Es que una vez más el barbudo tuvo razón, como en aquella carta a Chávez en 1998: …“ha llegado la hora de los sueños de Bolívar”.