CAMAGÜEY.- Aquella noche la alegría desbordaba la calle: un grupo de muchachos caminaban, reían, se choteaban y pateaban una lata. Era tanta la energía que parecía un once futbolístico. Si me preguntaran diría que formaban con una estrategia defensiva 5-4-1, y de no ser así, al menos tenían un delantero bien definido.

Del mar de piernas emergió un joven, que tomó una carrerita, de esas que deciden un partido, similar a la de Cristiano Ronaldo antes de patear un penal, parecida a la de Messi a punto de cobrar una falta. Sin embargo, el objetivo no fue la lata, como todos esperaban, sino una jaba de basura que voló por los aires para acabar en una portería idealizada. Al “goleador”, frente al reguero de plásticos y desperdicios, le quedaron fuerzas para un raro grito de guerra: “¡JABUCU!”.

Según un estudio de las universidades de Columbia y Yale, en el 2017, Cuba se encontraba entre los diez países más higiénicos del mundo —noveno puesto—, pero el pasaje anterior, una joyita extraída del baúl de los recuerdos, describe cuánto se hace en contra de esos indicadores, desde las vías y aceras en Camagüey, una urbe conocida en la nación por ser la más impoluta en ese sentido.

Por el día, los espacios públicos como el Parque Agramonte o el Casino Campestre activan su alarma cada vez que tocan el suelo los paquetes de galletas, vasos, alimentos o papeles. Algunos de esos “descuidos” tienen la firma de una “canasta” mal lograda; otros, simplemente, se escudan en una frase autocomplaciente y hasta con aires filosóficos: “la ciudad es muy grande y mi basurita, tan pequeña, tan insignificante…”. No falta quien se deja llevar por la gravedad y, en las narices del propio trabajador de Comunales, el bocadito le resbala de la mano con disimulo para que la tierra, o el asfalto, se lo traguen.

“La oscuridad es mi luz”, dijo Hamlet, protagonista de la obra homónima escrita por el inglés William Shakespeare. Esa frase le viene como anillo al dedo al legendario Drácula, y a los vampiros, de esta realidad, que pululan por ahí. En silencio, aprovechan las sombras de la noche para atacar los tanques para basura y arrojar su contenido contra las puertas de las casas. Los más creativos se aseguran de que el olor del “proyectil” sea nauseabundo, para agregarle un toque de carácter a esa especie de “contienda bacteriológica”.

Un paseo nocturno por la Avenida de la Libertad es una invitación para reparar en la hermosa arquitectura de las edificaciones que se alzan en los portales. Sientes la solidez de las columnas, la composición ecléctica de varias estructuras y cuando bajas la mirada, ves… una rata del tamaño de un gato, una rata inmensa, una rata a la que solo le resta hablar y saber ninjitsu para ser idéntica al maestro de las tortugas ninjas —llamado Splinter. Roe sobre la basura desparramada por doquier. Roe con la misma velocidad de ayer, feliz, porque le han servido la mesa. Roe en la misma acera por donde hace, unos minutos, jugaba un grupo de niños.

Dicen que da suerte, pero aun así nadie se anima a pisar el estiércol voluntariamente. La mayoría de los que andan con mal pie, luego de levantar el zapato y reflejar un gesto de asco, atinan a decirle vulgaridades al animal. La culpa la asume el Palmiche, el Rintintín o el Misifú, y sus dueños, seres “inteligentes” permanecen ajenos porque les gusta el arte. Así es, aprecian el arte abstracto, el arte efímero que crean las huellas de los peatones y de los vehículos en la vía con los excrementos de sus mascotas. Sin dudas, una horrible estampa para cualquier lugareño que aprecie su ciudad.

A menudo se sataniza a los perros callejeros como los causantes del deterioro de la imagen pulcra de Camagüey. A menudo, mucha gente opina que la mejor solución para acabar con esa “masa infecta” es recogerlos de las calles y de una vez por todas, eliminarlos. Sí, un método tajante, muy “humano”, que recuerda el motivo —salvando las diferencias— de un campo situado en Polonia, llamado Auschwitz.

Con frecuencia también se señala al personal de Comunales como responsable de la suciedad y pocos se miran por dentro. Opinan con el “yo acuso” y no reprenden a quienes “adornan” las ramas de los árboles con desperdicios y botan inmundicias en las márgenes de los ríos y nada más limpian de la puerta de su casa para adentro.

Si queremos rescatar aquellas impresiones visuales de cuidado e higiene, es necesario despertar una conciencia proactiva, una conciencia colectiva que barra actitudes incoherentes y cure de acciones tan extraordinarias como el querer patear una jaba para basura, en medio de la calle, y después de una larga inspiración vocear victorioso: ¡JABUCU!