CAMAGÜEY-. Aníbal podría parecer, ante los ojos de una sociedad cuya visión se enfoca en el constante desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, un hombre extraño.

Él no tiene cuenta en Facebook ni en ninguna otra red social, tampoco usa teléfono celular. Muchos en el mundo dudarían de la credibilidad de esta historia, y se preguntarían, ¿quién puede vivir así?

Sin embargo, Aníbal es un hombre con el cual puede entablarse una amena conversación, una de las de verdad, face to face. Cuenta el uruguayo que cuando necesita comunicarse con alguien que se encuentra distante, pide prestado el móvil a la persona más próxima.

Conoce bien los peligros de El imperio de la vigilancia, al cual se refiere Ignacio Ramonet en el libro del mismo nombre. “La cámara de la laptop la tengo tapada con un papelito, porque incluso por esa vía pueden estarte espiando”, dice cuando explica sus razones para temerle a la red de redes.

“Quizá me estoy perdiendo de muchas cosas”, añade cuando nos ve a algunos cubanos tan ensimismados frente a las computadoras. Es su primera visita a este país, con la cual persigue los conocimientos que puede ofrecerle un curso en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí. Participa en clases, dialoga, es un ser de profundas intervenciones e interesantes preguntas; nada de eso le falta por no confiar plenamente en Internet.

Prefiere apostar por la lectura sana e inteligente, la que puede hacerse desde los libros impresos. Eso les enseña a sus alumnos de Comunicación y Periodismo allá en una universidad de Montevideo.

Aníbal no está contra los avances, solo no quiere ser uno más de los millones que en la actualidad “exponen públicamente en las redes sociales detalles personales de su biografía o de sus actividades cotidianas. Con total despreocupación”, como apunta en su texto Ramonet.

Aunque en estos tiempos parezca un hombre raro, Aníbal sabe de sobra los perjuicios —insospechados por otros—, de un clic.