Vivir en un edificio multifamiliar tiene sus ventajas, como puede ser la posibilidad de visitar a una vecina aunque esté lloviendo, conversar con ella de balcón a balcón o tener esa sensación de sentirte acompañado por las voces que se escuchan desde otros apartamentos.

Pero también puede convertirse en un verdadero dolor de cabeza cuando los espacios comunes como las escaleras o el vestíbulo del edificio devienen terreno de nadie, donde cada quien hace lo que mejor le place sin que haya alguien que se le enfrente.   Aunque existen reglamentos para la convivencia en estos locales, son muy pocos los que exigen por su cumplimiento, a expensas de buscarse una enemistad permanente con el vecino más cercano.

Por eso puede suceder que una mañana usted salga para el trabajo y deje todo en perfecto orden, pero encuentre al regreso la escalera sucia, las paredes escritas o algún que otro perro impidiéndole el paso en uno de los escalones donde ha decidido dormir una siesta. Sin embargo esta situación de menosprecio por el espacio común que compartimos no se da solo en los edificios públicos, sino también en el transporte, el parque, el centro hospitalario y la calle en general.La falta de responsabilidad colectiva hace que la culpa se diluya en lo abstracto y que algunas personas actúen a su antojo sin darse cuenta de que como un bumerán, su mal comportamiento se volverá en contra de sí mismo más tarde.

Tomada de granma.cuTomada de granma.cu

 Esa desidia hace que la vecina de enfrente vacíe sin ningún miramiento todos sus desperdicios en el microvertedero de la esquina, los que inmediatamente son removidos por el viento y esparcidos por toda la vecindad.   Es la misma actitud de aquellos jóvenes conectados a la Internet en una zona Wifi, encaramados en el espaldar de un banco, con los pies encima de donde debían sentarse, los que rompen una botella después de ingerir su contenido y dejan los vidrios esparcidos o los que hacen una necesidad fisiológica detrás de una columna de un portal. Si se tuviera la posibilidad de analizar a cada uno de ellos , o a los que escriben los asientos de los ómnibus, podría verse que es muy diferente su comportamiento dentro de las paredes de su casa, donde muchos presumen de limpios, ordenados o hasta de una vida suntuosa.

Al margen de inspectores, multas o cualquier otra medida educativa para contribuir a preservar la higiene y la integridad de los espacios comunes, la sociedad tiene que ganar conciencia en que el cuidado de esos lugares representa ahorro de recursos, pero también calidad de vida y bienestar para los ciudadanos. La educación desde la familia y la exigencia desde la escuela, de un comportamiento adecuado , sin distinción de donde nos encontremos estará más acorde con la instrucción que de modo general posee la población cubana, y elevará el sentido de pertenencia que debemos tener todos por cada sitio que compartimos .

Foto: Orlando Seguí /AdelanteFoto: Orlando Seguí /Adelante