CAMAGÜEY.- No voy a afirmar categóricamente que el 20 de enero del 2017 fue un día fatídico para la humanidad, pero si nos atenemos a las decisiones adoptadas por Donald Trump, sobre todo de carácter internacional, al asumir la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica, no sería muy desacertado darle a dicha fecha ese calificativo u otro similar.

El rosario de dichas decisiones es tan extenso que sería imposible recordarlas todas, pero bastaría citar las que pudiéramos considerar como las más relevantes para poder valorar qué de nocivo y perjudicial ha sido para el mundo este período de 11 meses en el poder del señor Trump.

Todos recordaremos que apenas se instaló en la Casa Blanca la emprendió con los inmigrantes, no solamente los mexicanos a los cuales prometió un muro fronterizo y les dedicó ofensivos epítetos, como delincuentes, entre ellos, y aceleró las deportaciones de los ilegales, sino que prohibió la entrada de personas de países islámicos como Siria, Irán y otros, levantando una ola de protestas, incluidas las de autoridades judiciales de su propio país que llegaron a vetar dicha disposición presidencial, la que además ganó rechazo internacional.

Al son de los tambores de guerra incrementó las fuerzas norteamericanas en Afganistán, al tiempo que las reforzó en Iraq, y en cuanto a Siria, no se conformó con los bombardeos indiscriminados que causan miles de víctimas civiles, sino que se atrevió a lanzar misiles contra una base aérea de la nación árabe en alegado castigo por el supuesto uso de su ejército de armas químicas letales.

La denuncia de tratados comerciales, como el de libre comercio con México y Canadá y con otros bloques, como la retirada del acuerdo asiático transpacífico, por considerarlos desfavorables a los intereses de su país y a su particular concepción de que “los Estados Unidos primero”, fueron otras de la prioridades de su gobierno, reforzando su política proteccionista.

Repartiendo amenazas con su exacerbada prepotencia, advirtió a la ONU durante su “histórico” e incendiario discurso en su Asamblea General, que se desvincularía de esa organización por no servir a sus intereses y consideró oportuno comenzar por irse de la UNESCO, después de retirarse del Acuerdo de París sobre el cambio climático al considerarlo injusto y nocivo para la economía y los trabajadores estadounidenses, acotando además que lo del calentamiento global “era una broma creada por los chinos”.

Con su habitual fanfarronería advirtió a la Republica Democrática de Corea que la borraría del mapa “a fuego y metralla”, colocando al mundo al borde de una conflagración mundial de imprevisibles consecuencias para la humanidad, si esta continuaba con las pruebas de los misiles de largo alcance.

A su larga y errada manera de conducir los asuntos de política internacional, se atrevió a declarar a Jerusalén como capital de Israel y a anunciar que los Estados Unidos trasladarían hacia ese lugar su embajada, decisión nunca antes tomada por ninguno de los mandatarios que le antecedieron, algunos tan reaccionarios como él, como Ronald Reagan con su programa de Santa Fe.

Si la respuesta a la retirada del cambio climático fue rechazada universalmente y el resto de los países decidieron avanzar en el cumplimiento de los acuerdos de París, la condena a la decisión de reconocer a Jerusalén como capital israelí puede decirse que con la excepción de este, fue unánime por considerarse que violaba todas las resoluciones de la ONU sobre el asunto y exacerbaría las contradicciones en la volátil región del Medio Oriente, al tiempo que sepultaba los esfuerzos de reconciliación entre palestinos e israelíes.

En medio de la desenfrenada carrera contra la razón y como fruto de la irracional política de confrontación con todo el mundo, los venezolanos han sufrido los embates de sus sanciones económicas y los vetos de sus principales dirigentes, en un vano intento de doblegar la patria de Chávez, que en los últimos meses ha dado pruebas de su apego a la democracia, a la paz y la reconciliación con sus opositores.

A los cubanos nos tocó una parte de esa hostilidad agresiva del Mandatario norteamericano, y el 16 de junio del 2017 para satisfacer las demandas de pequeños grupos anticubanos de la Florida, el señor Trump decretó una serie de acciones destinadas a endurecer el bloqueo contra Cuba, que ya dura más de 55 años, recrudeciendo las restricciones del comercio entre ambas naciones, y limitando aún más los viajes de los estadounidenses a la Isla.

Desde luego que este retroceso en las relaciones bilaterales que habían alcanzado algunos avances durante el mandato de Barack Obama resulta perjudicial para los dos países, y es notorio que dentro de los propios Estados Unidos existen fuerzas opuestas a la política de confrontación que propugna Trump y que más temprano que tarde, como indica la lógica de la convivencia entre sistemas diferentes, esta logrará imponerse para beneficio de los dos pueblos, porque lo que nunca podrán conseguir es que renunciemos a nuestros principios de soberanía, libertad e independencia, como lo hemos demostrado a lo largo de estos 59 años que cumpliremos en el 2018.