CAMAGÜEY.- Derechos humanos, dos palabras llevadas y traídas, incluso desde antes de lo que muchos imaginamos. Fue la Francia de 1789 la primera en preocuparse por esa combinación de términos, surgía entonces la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.

Años después, el 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó una declaración universal con 30 artículos. No imaginaron sus redactores que el documento iba a tener tan variadas interpretaciones, al punto de que aquello surgido como un signo de modernidad y civilización se ha vuelto el Frankenstein de estos tiempos.

Sobre los Derechos Humanos pesa el lastre de la manipulación política, los organismos dedicados a su “defensa” se han convertido en una especie de Santa Inquisición contra los países del Sur que presentan una alternativa al orden imperante.

Además se otorgan el derecho de hablar de igualdad, cuando los 4 500 millones de mujeres y hombres que viven en el tercer mundo consumen el 14 % de todo lo que se produce en el planeta, mientras los 1 500 millones de los países desarrollados consumen el 86 % y el 20 % de la población más rica posee 82 veces la riqueza del 20 % más pobre.

Hoy se privilegian los derechos civiles y políticos, libertad de expresión, de reunión, de asociación; la palabra más repetida en el tristemente célebre documento es esa, libertad. Sin embargo, la única libertad que respetan los señores del capital es la del jamón, sí, no es un disparate, es la libertad de poder elegir el jamón que se comerá.

Decía Javier Couso que en Estados Unidos se puede llegar a criticar al Presidente, bendita libertad; pero nunca aparecerá en los medios que había una mosca en una botella de Coca-Cola, porque el mercado no entra en esas libertades.

Mientras los organismos internacionales hacen caso omiso a los 815 millones de personas que se van a la cama sin comer, a los 400 millones que no tienen acceso a la salud ni a la educación, a los 748 millones que no poseen agua potable, o a los negros que mueren baleados por policías blancos en las calles norteamericanas, Amnistía Internacional, en su informe de este año, dedica varias páginas al “caso Cuba”: “Las autoridades jugaban ‘al gato y al ratón’ arrestando y recluyendo reiteradamente a activistas —a menudo varias veces al mes— durante períodos de entre ocho y 30 horas y liberándolos posteriormente sin cargo”. Más adelante menciona que según una comisión cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional, que nada más conocen ellos, se produjo, entre enero y noviembre, un incremento de las detenciones respecto al mismo período del año anterior. Usar este tema contra Cuba no es nuevo, el primero en hacerlo fue Ronald Reagan, desde allí hasta la actualidad se ha vuelto la justificación predilecta para sanciones y amenazas de invasión.

Sería bueno preguntar a tales instituciones por qué en ninguno de sus informes reconocen que Cuba es el país del mundo que mayor por ciento de su PIB destina a la Educación y el único en la región que cumplió el 100 % de los objetivos de la educación para todos.

Por qué no se destaca que tenemos una esperanza de vida al nacer de más de 78 años y la mortalidad infantil está por debajo de cinco por cada mil nacidos vivos, que contamos con un programa de vacunación contra 13 enfermedades que cubre el 100 % de nuestros niños, además de ser el primer país del mundo en eliminar la transmisión materno-infantil de VIH, el único país de Latinoamérica sin desnutrición infantil severa y presenta el menor grado de subnutrición posible, menos del 5 % de la población.

Todo ello hace que ocupemos el lugar 44 en el mundo, si de desarrollo humano hablamos.

Si esto es violar los derechos humanos, pues bienvenidos sean los villanos, habría que estudiar entonces por qué este fenómeno de “masoquismo generalizado”. Estoy seguro de que la respuesta no tardaría mucho en encontrarse, aquellos que tanto defienden los más poderosos del planeta, que son solo el 1 % de sus habitantes, ni son tan humanos ni tan derechos.