CAMAGÜEY.- El filme de terror ideado por las autoridades norteamericanas para presentar a Cuba como incumplidora de la Convención de Viena, al no proteger a sus funcionarios diplomáticos acreditados en el país, víctimas de supuestos ataques sónicos, fue desmontado pieza por pieza por investigadores criminalistas y científicos cubanos que demostraron la falacia de su argumento.

Creíble solo para las mentes enfermizas que lo idearon en dependencias del Gobierno estadounidense, el show de los ataques sónicos a los funcionarios de la su embajada en La Habana, a pesar del repiqueteo de las transnacionales de la información y los medios comprometidos con el sistema, en presentarlos como un hecho real, se ha desvanecido en el campo de la ciencia ficción.

Que se sepa, hasta ahora no se ha inventado un arma acústica que cause solo lesiones al personal “Made in USA” sin que los habitantes del vecindario en que se encuentran enclavadas sus residencias hayan sufrido la más mínima afectación, como puso de manifiesto la exhaustiva investigación de los especialistas médicos que los sometieron a todo tipo de pesquisas y análisis.

La incongruencia de la trama, parte de que solo después de tres meses de ocurridos los supuestos hechos es que los funcionarios de la sede estadounidense se comunican con las autoridades cubanas para darlos a conocer, a pesar de las múltiples vías de comunicación directa que existen entre ambos, es muy significativo y sospechoso, diría yo.

Como también es significativo que las autoridades norteamericanas se hayan abstenido de cooperar con el personal cubano para el desarrollo de la investigación de lo que se dice ocurrió con los diplomáticos, a pesar de la solicitud hecha reiteradamente por dichos investigadores.

Tampoco ha sido posible contactar a los supuestos afectados por la parte cubana para poder identificar mediante los exámenes correspondientes la sintomatología que los aqueja y las posibles causas, como correspondería si realmente quiere llegarse a alguna conclusión, y muy por el contrario lo que se ha hecho es retirarlos del territorio y mantenerlos en la clandestinidad.

A no ser el presidente Donald Trump, que en uno de sus acostumbrados exabruptos dijo “sí, lo hicieron” (los cubanos) no hay una sola dependencia del Gobierno estadounidense que se haya atrevido a afirmar que Cuba es la responsable de los ataques, y cuando más, se han ido por la vertiente de que es responsabilidad del país proteger a los representantes diplomáticos.

Lo cierto es que hasta ahora no se ha podido establecer hipótesis alguna que identifique el origen de los supuestos ataques, ni quiénes lo realizaron, ni los posibles medios que se utilizaron para ejecutarlos, porque no se tienen referencias ni en Cuba ni internacionalmente de un arma sónica que sea capaz de producir tales afectaciones a las personas y mucho menos con una intención discriminatoria, como se ha pretendido hacer creer a la opinión pública internacional.

En consonancia con todo ello, reputados científicos internacionales en varios campos de la ciencia, incluidos los físicos, han descartado la posibilidad de que las lesiones de salud alegadas a los susodichos diplomáticos puedan haber sido ocasionadas por un supuesto ataque sónico que solo sería posible si desplegaran potentes bocinas reproductoras que pasaran los cien decibeles de ruido y, según se conoce, este no es el caso.

Incluso, las muestras sonoras entregadas al Gobierno cubano por las autoridades norteamericanas como causantes de los vómitos, nauseas, dolores de cabeza y otros malestares, que exageradamente se ha dicho que pueden causar hasta traumas cerebrales, no pasan de ser comparables con los sonidos de insectos como la cigarra o el grillo.

En fin, que los supuestos ataques sónicos a los diplomáticos de Washington en La Habana no pasan de ser una nueva página farisaica en la agresiva política recrudecida por el actual inquilino de la Casa Blanca contra Cuba y un falso argumento para reducir drásticamente el personal cubano en la embajada en Estados Unidos y el de ese país en su sede en la Isla, causando graves contratiempos a los trámites migratorios entre ambas naciones, además de pretender hacernos aparecer como incumplidores de la Convención de Viena al no proteger adecuadamente a los funcionarios extranjeros acreditados aquí, asunto del cual no se tienen referencias en Cuba en sus relaciones diplomáticas con más de 150 países al no haberse recibido una sola queja al respecto.

Pero la mentira siempre tiene las patas cortas y más si como en este caso está concebida tan burdamente, que ni siquiera los que la idearon han sido capaces de defenderla al estilo “goebbeliano”.