La llamada indistintamente Crisis de Octubre, Crisis de los Misiles o Crisis del Caribe, transcurrida en sus momentos más álgidos del 22 al 28 de octubre de 1962, sigue siendo uno de los sucesos históricos más peligrosos que amenazaron a la humanidad, expuesta al borde de una guerra nuclear tal vez definitoria para su supervivencia.

Estados Unidos, la extinta Unión Soviética (URSS, por sus siglas en español) y Cuba en los inicios de su pujante e irreversible Revolución, fueron los protagonistas principales de aquellos sucesos, si bien las dos primeras potencias finalmente relegaron a la isla antillana en las conversaciones y tratados que pusieron fin a la confrontación política y diplomática desatada.

Desde el triunfo de la Revolución, el primero de enero de 1959, EE.UU. desató y organizó un arsenal de agresiones, sabotajes, fomento de la actividad contrarrevolucionaria, acciones terroristas, salvajes crímenes, la desacreditación y sanciones económicas para impedir el éxito del proceso justiciero.

Era de vida o muerte, como lo sigue siendo aún, que tal ejemplo de justicia social y soberanía no se extendiera por América Latina y el mundo subdesarrollado.

Sin haber pasado 10 meses de la invasión mercenaria por Playa Girón, derrotada con heroísmo por el pueblo cubano, el presidente John F. Kennedy aprobó un nuevo plan que estipulaba el empleo directo de fuerzas navales, aéreas y terrestres estadounidenses.

Se había consumado también la monstruosa Operación Peter Pan, que expatrió y separó definitivamente de su familia a miles de niños cubanos, pertenecientes a un sector de la población que se dejó engañar y manipular por una formidable maquinaria de propaganda anticubana articulada por la CIA, que a los ojos de hoy no solo resulta criminal, sino pedestre y baja hasta lo increíble. Algo muy al estilo del ingenio de esos señores.

Nikita Jrushchov, premier de la URSS, propuso a la dirigencia cubana instalar 42 cohetes nucleares de alcance medio en la Isla, solo con fines disuasorios de la agresión en gran escala en marcha. Con ello, además, se equilibraría la correlación de fuerzas estratégicas, que en aquel momento favorecía a Estados Unidos.

Esta ventaja sobre la URSS se basaba en la instalación, por parte del Pentágono, de 105 misiles de alcance medio e intermedio en Turquía, Italia y el Reino Unido, los cuales apuntaban hacia el territorio de una nación que había sufrido enormes pérdidas humanas y económicas en la II Guerra Mundial, y aún así se esforzaba por lograr la paridad militar en la correlación mundial de fuerzas.

Desde agosto de 1960, Dwight Eisenhower, antecesor de Kennedy, había aprobado una orden que disponía el ataque nuclear simultáneo contra la URSS y China en las primeras 24 horas del inicio de una guerra.

Una decisión soberana incuestionable de Cuba la llevó a aceptar la propuesta de los soviéticos. El fin primordial era garantizar la independencia de la Isla y contribuir a consolidar el poder defensivo del campo socialista, que ya había mostrado acciones solidarias contra la hostilizada revolución antillana.

Se ha dicho que el 14 de octubre un avión de exploración U-2, descubrió rampas de emplazamiento de cohetes en la isla de Libertad.

Empezó entonces el despliegue o mejor dicho la escalada de la campaña feroz de propaganda, y las amenazas de bloqueo militar y naval contra Cuba, de invasión y ocupación inclusive, también muy al estilo del ingenio de esos señores, recordamos.

No solo Cuba, el orbe comenzó a vivir momentos de ansiedad y conmoción. Pero en medio de la perturbadora posibilidad de un holocausto planetario, el pueblo cubano, con firmeza, ecuanimidad y espíritu combativo de siempre juró luchar hasta la muerte, si fuera necesario. Y para ello se movilizó y se preparó, con sus propios recursos y, sobre todo, con su coraje.

Fidel ordenó por aquellos días intensos disparar a los aviones que surcaran el cielo patrio a baja altura. El 27, una batería antiaérea soviética que apoyaba a los isleños derribó un U-2. La crisis elevó sus decibeles, pero entonces se dio un giro con el cual soviéticos y norteamericanos se sentaron a la mesa de negociaciones, y sin contar con Cuba, firmaron acuerdos.

De aquella forma injusta para la nación caribeña empezó el proceso que dio fin a la crisis, a gusto de las potencias. Pero los cubanos no dejaron de desplegar un enorme esfuerzo político, patriótico, soberano y revolucionario.

Fueron los días en que según el Che, en medio de difíciles circunstancias, y en jornadas luminosas y tristes nunca brilló tanto un estadista y estratega como lo hizo Fidel. La URSS retiró las armas nucleares, pero después Estados Unidos no cumplió con el compromiso hecho de no agredir a Cuba.

Desde entonces, Fidel presentó cinco puntos de reclamo cruciales que, de haber incluido a Cuba en los tratados, la política estadounidense contra la Revolución hubiera recibido un duro revés.

Los famosos cinco puntos de la dignidad pedían, entre los reclamos vigentes todavía, el cese del bloqueo económico y de todas las medidas de presiones comerciales y económicas, fin de todas las actividades subversivas, infiltración de espías y sabotajes y la retirada de la base naval de Guantánamo y devolución del territorio cubano ocupado por los Estados Unidos.

A 55 años de aquellos trascendentales acontecimientos, su estudio y análisis profundo sigue convocando. Las lecciones extraídas no solo sirven para intentar no repetir aquellos dramáticos acontecimientos, pero revelan o confirman, según el caso, la naturaleza agresiva y prepotente de las políticas imperiales, esas cuyas acciones y decires inundan los noticieros actuales, cada día.