CAMAGÜEY.- En mi cuadra, Alfredito y Luisito tienen 9 y 12 años, todavía quizá no sepan lo que es ideológicamente correcto; sin embargo, el sueño del primero es ser el presidente del Comité de Defensa de la Revolución (CDR), y el segundo peló él solito todas las viandas del último ajiaco. Y es que mientras algunos dicen que ya no cumple ningún objetivo en la Cuba del siglo XXI, o solo se limitan a decir “en mi barrio los CDR no existen”, otros sí reclaman y exigen que funcione bien.

Es verdad, el tiempo ha pasado, sus 57 años parecen ser el principal desafío que tienen los Comités de Defensa de la Revolución. No perecer es, sin dudas, el más fuerte reto para una organización única en el mundo. Esa genialidad de nuestro gigante de verde olivo, no podemos darnos el lujo de perderla, pues estaríamos renunciando a uno de los ejes esenciales dentro de la sociedad cubana, porque eso han sido desde aquella histórica noche de septiembre.

Ya no son tiempos de petardos, de bombas, de quema de cañaverales o instituciones del Estado, tampoco de mirar por detrás de la ventana para ver qué está haciendo el vecino. Son tiempos de hablar con la gente y no de la gente, y esto convierte la tarea ahora en más ideológica que en los ‘60, y por tanto más compleja. Se trata de convencer y no de vencer.

Es difícil hablar de los CDR cuando en muchos barrios la vigilancia revolucionaria es cosa del pasado, la caldosa cederista ha desaparecido; a los donantes de sangre nadie los conoce y los niños del barrio no saben lo que es algo tan sencillo como la guardia pioneril; en algunos el funcionamiento es débil, falta protagonismo y lo único que se hace en el año es la actividad esperando el 28 de septiembre, y a veces ni eso.

Pero aun en esas condiciones se vuelve necesario rescatar una organización que surgió del barrio para el barrio y ha sido protagonista en casi todas las etapas de la historia de Cuba posterior a 1960.

Claro que se puede, quien lo dude, visite una asamblea Noveno Congreso en la base, allí en la cuadra tenemos suficientes reservas para romper la inercia, jóvenes que sienten tanto por la organización como sus abuelos, planteamientos profundos y renovadores de cómo transformar el barrio y hacer verdaderamente que funcione, experiencia suficiente hay, y muchas ganas de hacer.

Necesaria es y seguirá siendo, sobre todo en los momentos en que la palabra de orden es la unidad. Cuando hace falta autoevacuarse para resistir los embates de un poderoso huracán, cuando la situación epidemiológica amerita organizar un trabajo voluntario para limpiar la calle, cuando se acercan las elecciones y es necesario convocar a todos a votar, cuando es imprescindible salvar una vida con la sangre hermana, o en cualquier otro momento en que se necesita al pueblo organizado, todo el mundo inevitablemente piensa en aquellas tres letras que ya van más allá de una sigla, tienen una identidad propia, sustentan la unidad del barrio y son parte de la historia y el legado de esta pequeña Isla caribeña.

La clave para perdurar en el tiempo es precisamente seguir cumpliendo con la misión encomendada aquella noche del lunes 28 de septiembre de 1960, defender la Revolución, ahora no de petardos, sino de la corrupción, del delito, de las ilegalidades que tenemos en la calle y a veces nos hacemos los de la vista gorda, de la subversión del enemigo que ya no está, como antes, a noventa millas y en muchos casos lo tenemos al lado y desde aquí pretende destruir la obra que hemos construido a fuerza de sacrificio.

Otro punto decisivo para perdurar en estos tiempos es enamorar a los jóvenes, sacarlos de las casas, lograr que participen, integrarlos más allá de que asistan a la reunión o a la actividad, darles tareas, y también celebrar con ellos, por qué no, a su manera, es esta la única forma para multiplicar esos 57 años.     

Más allá de las consignas, para que sea de verdad eterna y cumplir con el legado de su fundador y más fiel defensor, la organización tendrá que despojarse de todo formalismo, buscar sus esencias y con ellas en la mano, explicar, dialogar y persuadir.

Los Comités nunca perderán su razón de ser, pues al decir del Comandante, son pueblo, son una idea, una esperanza, un ejemplo. Y aun en el siglo de las tecnologías e Internet, tendrán que continuar su misión eterna y vencer el desafío del tiempo.