CAMAGÜEY.- La retórica belicista del presidente norteamericano, Donald Trump, en su primera comparecencia ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, no sorprendió a nadie, pues ese es el discurso que utilizó durante la campaña electoral y el que ha usado después de haber sido elegido como mandatario de esa nación y no por el voto popular.

Amenazó a todo el mundo, escudado en el poderío militar de su país, dictó normas de conducta para los que no les son afines e incluso proclamó una política proteccionista lesiva a los que mantienen tratados comerciales con los Estados Unidos y a los que acuden a sus mercados para venderle, sobre todo, materias primas.

Casi todo el mundo piensa que fue bravucón y prepotente y aunque habló mucho sobre soberanía, independencia y libertad, todo el mundo sabe que tales conceptos se los reserva como propiedad exclusiva de los Estados Unidos, representados con su conocido ”primero es América”, la del norte, claro está.

Mencionar a Cuba, dedicarnos unas líneas, debemos entenderlo como una “deferencia”, pues en el concierto de las grandes preocupaciones que lo ocupan y preocupan, qué puede significar esta pequeña Isla, sin grandes recursos naturales que podrían despertar sus apetencias, sin poderío militar que pueda amenazarlo, a no ser que el temor y el deseo de estrangularnos partan del ejemplo de haberlo enfrentado exitosamente durante más de 55 años.

No escapó Venezuela a su diatriba intervencionista y mentirosa acerca de la situación que tiene hoy la nación sudamericana a la que amenazó con nuevas medidas si el Gobierno de Nicolás Maduro persiste en el rumbo que ha tomado y que no es otro que el de la independencia y soberanía frente a los dictados hegemónicos del imperialismo estadounidense y sus compinches en la región y fuera de ella.

Con su lenguaje irreflexivo e irresponsable fue capaz de advertirle a la República Popular Democrática de Corea que la “destruiría totalmente” si persiste en su empeño de dominar el arma nuclear, en una clara intención de incendiar la península coreana, en lo que podría convertirse en una conflagración de impredecibles consecuencias para toda la Humanidad.

Irán y Siria no salieron ilesos del uso de la porra en el discurso del mandatario norteamericano, dándole a cada cual lo que el considera que merecen por ser regímenes que oprimen a sus pueblos y por contribuir a la expansión del terrorismo, pero además fue capaz de vanagloriarse del éxito de las misiones belicistas que desató en Irak y Afganistán, naciones en las que ha dejado miles de muertos e infraestructuras totalmente destruidas, amen de ser el promotor del surgimiento de los grupos violentos que derivaron en el actual Estado Islámico (EI).

Calificó a los Estados Unidos como una “nación compasiva” al tratar el tema de los refugiados, pero los quiere lejos de su país y de Europa, reinstalándolos en los lugares de origen a pesar de que en estos, como el Medio Oriente, mantiene guerras de rapiña que desarraigan a millones de personas que huyen de la violencia y el hambre.

Apenas sin sonrojarse, fue capaz de calificar al régimen sionista de Israel como pacífico, ignorando olímpicamente los miles de palestinos que han sido asesinados por los militares israelíes y el criminal bloqueo que mantiene contra la Franja de Gaza, sembrando el hambre y las enfermedades en esa zona, a la que con frecuencia somete a agresiones bélicas y bombardeos.

Al cambio climático no le dedicó siquiera un piropo, a pesar de que Texas y la costa sur de la península de Florida sufrieron los embates de poderosos huracanes cuya fuerza destructiva atribuyen los científicos, precisamente, al calentamiento global que está experimentando el planeta Tierra.

En fin, que para lo que dijo Trump en su primera comparecencia en la Asamblea General de la ONU, mejor se hubiera quedado en casa.