CAMAGÜEY.- No hay mejor forma de retractarse que decir “donde dije dije, dije Diego”, como reza un popular refrán para indicar que el ponente se desmiente él mismo, por las razones que sean, y en el caso que nos ocupa no estamos citando a otra persona que al propio presidente norteamericano Donald Trump.

Lo decimos porque no otra cosa ha ocurrido con las intervenciones del Presidente acerca de los sucesos de Charlottesville, en el estado de Virginia, que desataron una verdadera crisis nacional de enfrentamientos, cuando un joven blanco atropelló a un conglomerado de personas negras, causando la muerte de una de ellas e hiriendo a otras 19, en un evidente acto de racismo criminal.

Sin embargo, en primera instancia, cuando Trump conoció de los hechos, se limitó a condenar la violencia “proveniente de muchas partes” y no culpó directamente a los ultraderechistas, lo cual desató una verdadera ola de rechazo dentro de diversos sectores estadounidenses, incluidos políticos Republicanos y Demócratas.

Ante tal reacción de la opinión pública, al Mandatario no le quedó otra alternativa que modificar su apreciación de los hechos y decir que el “racismo es malo y los que causan la violencia en su nombre son criminales y matones, incluyendo el Ku Klux Klan, los neonazis, los supremacistas blancos y otros grupos de odio”, según sus declaraciones, hechas en una comparecencia en la Casa Blanca dos días después, en lo que muchos califican como una reacción tardía.

Algo parecido, pero con otra connotación, le ha ocurrido con su retórica belicista hacia Venezuela, a la que amenazó con una acción militar, considerada dentro de las opciones del Gobierno de los Estados Unidos para derrocar la Revolución Bolivariana, ignorando olímpicamente la declaración de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) que declararon la región como Zona de Paz.

Aquí también parece que se le fue la mano, pues la reacción que ha encontrado en el área dentro de sus aliados más críticos del Gobierno de Nicolás Maduro, arreciadas estas a partir de la instalación de la Asamblea Nacional Constituyente, electa por más de ocho millones de venezolanos, han rechazado de plano el uso de la fuerza militar contra la nación bolivariana.

Ni siquiera aquellos que reunidos en Perú acordaron la Declaración de Lima, condenando la Constituyente y propugnan un cambio de régimen en Venezuela, coincidieron con Trump en la opción militar que este preconiza para derrocar a los chavistas del poder en el país sudamericano.

Aliados incondicionales como Brasil, Argentina, Paraguay, Perú y otros, quizá con una fachada menos servil en apariencia, han desestimado una intervención militar en la patria de Chávez, y se han pronunciado por el diálogo como una vía para resolver los problemas internos que a su juicio existen en el país.

En cuanto al pueblo venezolano, no solo ha condenado las declaraciones belicistas de los Estados Unidos con masivas movilizaciones populares y declaraciones de rechazo de sus más altos dirigentes, sino que estos han convocado a la realización de un ejercicio cívico-militar como preparación de las masas para hacerle frente a cualquier aventura militar intervencionista del Gobierno norteamericano.

No han faltado en este concierto latinoamericano y caribeño las voces amigas y solidarias que rechazan y condenan los pronunciamientos belicistas de Trump contra la Revolución Bolivariana y su pueblo, y la decisión de estar junto a Venezuela en todas las circunstancias, incluida la de hacerle frente a una agresión militar.