Esta historia, se darán cuenta, es una vieja cuestión a la que casi literalmente se le presta oídos sordos; sin embargo, volver a ella cuantas veces sea necesario, resulta esencial para los que todavía sueñan con vivir en una sociedad armónica y apacible, esto por sobre todas las cosas.

Se habla pues de esas grabadoras andantes, literal o figuradamente, ya sea en las manos de sus dueños que se consideran animadores populares, en bicitaxis, ómnibus, desde el interior de las viviendas y hacia todo el vecindario, una lista que puede llegar a ser infinita…

¿Cuántas veces usted no ha transitado por las calles con el anhelo constante de un poco de silencio, o montado en cualquier vehículo del transporte público con el deseo de que el aparato reproductor de música sufra una muerte repentina y contundente?

Y es que si cada quien se cree con el derecho de manejar la banda sonora de los demás, qué pasará cuando todos decidan hacer uso de ella al mismo tiempo.

Claro está que los gustos varían y todos pueden escuchar la música, o algunos sonidos que arbitrariamente se llaman así, de su preferencia, pero a santo de qué obligar a los otros a compartir tu elección; eso sin mencionar el tema del volumen o de las letras que agreden a los tímpanos sin aviso previo.

Ahondar en estas dos últimas cuestiones es llover sobre lo mojado, sin que haya ninguna normativa pública que ampare a los ciudadanos contra las proliferación del mal gusto y la grosería; si usted no tiene reparos en oír esos temitas, ni en que sus hijos los tarareen, pues, al menos, guárdeselos para su casa; por simple pudor, pudiera decirse.

Según las definiciones, se entiende por ruido cualquier sonido no deseado, CUALQUIERA, así que si hasta las más encumbradas melodías pueden entrar en esta calificación, qué quedará para esas otras de origen un tanto dudoso.

Importante es saber que no solo la moral o las normas de convivencia civilizada se dañan con los volúmenes excesivos, sino que también el organismo humano puede padecer de fatiga auditiva e incluso afectarse irremediablemente las capacidades del oído, que en casos extremos llega hasta la sordera.

Llevar entonces las reproductoras a niveles soportables pudiera ser una solución, mas no la única ni la más efectiva; lo ideal sería no imponer gustos a los demás, dejar espacio para la libre elección, no contaminar el ambiente colectivo con lo que solo a ti te complace: ¿o es que no te das cuenta de que tú música es el ruido de otros?