CAMAGÜEY.- En pleno apogeo del período especial me tocó asumir una responsabilidad a la que algunos rehúsan, la de ser delegado de base del Poder Popular. No era una tarea fácil, pero no podía declinar la voluntad del pueblo.

Durante varios mandatos fui representante de los electores de la Circunscripción No. 55, del reparto América Latina, ante la Asamblea Municipal, demarcación con más de 1 000 electores entonces y una peculiaridad especial.

Los que vivían en el tramo de San José y Bembeta hasta la línea del ferrocarril y sorteaban las calles Amalia Simoni y parte de Victoria no tenían las mejores condiciones habitacionales, a diferencia del resto de la circunscripción caracterizada por sólidas viviendas.

De esa gente más humilde nunca tuve quejas, eran las que mejor respondían a las tareas del trabajo de la jurisdicción.

El grupo comunitario y las comisiones auxiliares de construcción y de control popular no me dejarán mentir sobre los esfuerzos para romper con ciertas incomprensiones, tanto de electores como de representantes de entidades administrativas.

Algunos no querían darse cuenta de que los delegados tienen la doble función de representar al pueblo ante esa instancia municipal de Gobierno y, a la vez, ser portador de los intereses de la Revolución en el barrio. No puse peros para presidir la comisión de servicios de la Asamblea Municipal y estar acompañado por un grupo que aún recuerdo con nostalgia por la sistematicidad en velar por los intereses del pueblo.

Los que asumen ese soberano mandato, pienso que hayan experimentado la vivencia, de asimilar una mayor carga de trabajo, sin desatender las ocupaciones laborales, perder la privacidad del hogar, pero, sobre todo, sentir la satisfacción personal del reconocimiento social de los conciudadanos.

Nunca temí a enfrentarme a los electores en las reuniones de rendición de cuenta por muy complicada que fuera el área. La fórmula era abordar los problemas con transparencia y sin demagogia. Al fin y al cabo los vecinos lo agradecían, incluso, todavía hay personas que me ven y dicen: mi delegado. ¿Quiere mayor recompensa?

Una vez alguien me dijo: “Delegado por ahí anda una mujer buscándolo”. No dio la impresión de estar insultada. No era para menos cuando vi el cuadro en que vivía su familia en la calle Bembeta, entre San José y Prolongación de Francisquito.

Lloviera o no, el piso de la casa, de punta a cabo, permanecía con agua encharcada, una situación insostenible y más con una anciana enferma, ya fallecida.

No rehuí visitarla y compartir sobre el terreno la posible solución, aparecida con la asesoría de constructores y del vicepresidente del Consejo de la Administración Municipal del Poder Popular que atendía esa esfera.

“Delegado, no entre, se le van a mojar los zapatos”, dijo la hija de la anciana. No cabía otra respuesta: ¿Ustedes no viven así permanentemente? No pasaría mucho tiempo en volver la alegría a ese hogar.

Esa es una de las tantas anécdotas acumuladas en mi mente y que me hicieron feliz, como cuando logramos establecer el análisis directo con la ministra de Comercio Interior (Bárbara Castillo) para instaurar en la comunidad el Sistema de Atención a la Familia (SAF) o mejorar las condiciones de habitabilidad de la maestra Eloísa y de otro núcleo que vivía hacinado en la calle Roosevelt.

El estudio de las posibles mejoras del río Tínima, ejecutado por la Empresa de Proyectos de Recursos Hidráulicos fue otra de las realizaciones, aunque todavía al cabo de varios lustros los vecinos del entorno padecen las inundaciones por la salida del agua del cauce en época de lluvias.

Y no creo que hice quedar mal a mis electores en la Asamblea Nacional del Poder Popular durante la quinta legislatura, levanté mi voz siempre que fue necesario para abogar por la solución de los cerca de 200 000 asistenciados a la Seguridad Social que en Cuba no recibían la ayuda en especies por trabas burocráticas; hablé de la necesidad de crear en Camagüey la carrera de Periodismo y mejorar estructuralmente las instalaciones de los centros culturales y garantizar recursos logísticos, como las zapatillas para los integrantes del Ballet de Camagüey, segunda compañía de su tipo en Cuba.

Son momentos para recordar: la rehabilitación capital del seminternado de primaria Álvaro Morell Álvarez, promovida por nosotros el cual casi se mantiene como el primer día; y la vez que la dirección del Parlamento me propuso para intervenir en la programación televisiva del proceso de Reforma Constitucional para declarar irrevocable el Sistema Político Cubano, o cuando la Asamblea aprobó mi moción de enviarle al Comandante en Jefe un mensaje en respuesta al suyo, con motivo de su primera ausencia a una sesión ordinaria por razones de salud.

El delegado tiene que tener los oídos, como lo pidió Raúl Castro, puestos en la tierra para pulsar el sentir del pueblo, sin dejar a un lado la Ley No. 91, mediante la cual se crean los Consejos Populares con deberes y derechos, y uno esencial, el de controlar, fiscalizar y que nada de lo que se mueve a su alrededor le sea ajeno.

El hecho de ser el primer periodista de Camagüey diputado a la Asamblea Nacional lo llevo con orgullo en mi corazón.