Tanto, que en el momento de su concepción (1990) la industria llegó a tener proyectadas diez naves y un ramal hasta el ferrocarril de Nuevitas-Camagüey, con el cual colinda. Allí se pretendía levantar poco menos que un complejo metalúrgico que satisfaría las necesidades del país, y produciría con destino a la exportación.

Luego no pudo ser así. El período especial puso en punto muerto los planes más ambiciosos, y solo a cuentagotas se lograron terminar las líneas para mallas, clavos y puntillas. Más tarde los problemas fueron otros, y lo que no consiguió la crisis económica estuvo a punto de suceder por obra y gracia de la mala planificación y el voluntarismo. Fue por entonces que algunos temieron el cierre de la planta.

En la tercera se decide todo

Contando desde la carretera es en la tercera nave, una de las dos que nunca tuvo uso, donde se define el futuro de la industria mineña. Su “apuesta” descansa a solo unos metros, repartida entre los equipos que conformarán la nueva línea de mallas electrosoldadas, la más moderna y mayor del país, con capacidad para quintuplicar las actuales producciones de ese elemento constructivo utilizado en techos y paredes.

“La que instalaremos es suiza, con una tecnología de última generación. En principio nos permitirá superar las 10 000 toneladas anuales de mallas, elaboradas con alambrones de un calibre más grueso que el de los que ahora procesamos y con medidas también mayores”, resalta Eddy Varona Ramírez, jefe de Producción, devenido responsable del nuevo emprendimiento.

Traducido al lenguaje de los números, el proyecto alcanza los 7,4 millones de pesos, de los cuales 5,2 millones se aportarán en divisa. Gracias a su impulso serán concluidas las naves 3 y 4, que incorporarán a la planta más de 6 000 metros cuadrados (un área techada similar a la que hoy se emplea). Otros beneficios están relacionados con la compra de maquinarias (tres grúas viajeras y un montacargas), la habilitación de un almacén en la nave 4, la pavimentación de los viales interiores y el drenaje pluvial.

En suma, poco menos que la construcción de una segunda planta, con mercado seguro dentro de la Isla y en otras naciones latinoamericanas.

“Todos los equipos forman parte de una donación de la República Bolivariana de Venezuela, que luego del ciclón que afectó a Santiago de Cuba (Sandy, en octubre del 2012), decidió comprar tres líneas como esta e instalarlas en Cuba, Bolivia y la propia Venezuela”, apunta Varona Ramírez. El único compromiso del donativo es la prioridad que tendrán esas dos naciones a la hora de adquirir los excedentes que se elaboren, un requisito que motiva tranquilidad de cara al futuro: cualquiera sea el escenario, estarán seguros los mercados, algo nada despreciable en el actual contexto mundial.

Los primeros pasos se dieron en diciembre pasado, cuando llegaron los contenedores con el equipamiento, y comenzó el rescate de la estructura de la tercera nave y su techado. Allí, para comenzar la instalación del nuevo taller de mallas electrosoldadas, solo falta fundir la base de hormigón sobre la que se instalarán la trefiladora, las enderezadoras-cortadoras y otras máquinas que participan en el proceso.

“Ese es un punto crítico de la inversión. Los suizos nos han confirmado que en quince días ellos montan la línea, pero antes debe estar concluido el piso de la nave; es decir, todo gira en torno a ese objeto de obra, que finalmente logramos incorporar a lo programado por el Ministerio de la Construcción. Si las cosas se comportan como esperamos, en las próximas semanas la ECOAI-8 debe concluir la fundición, y para julio pondríamos en marcha los equipos y entregaríamos las primeras mallas. Es una producción que no está prevista, pero que sí nos permitirá ir haciendo ajustes y cumplir con mucha anticipación el plan del año”, expone Varona Ramírez.

Como si no hiciera falta...

Las mallas electrosoldadas serán el “caballo de batalla” de la fábrica mineña en un futuro ya inminente, mas no son el único aporte con que esa entidad pudiera contribuir al crecimiento de la provincia. Su cartera de producciones incluye también puntillas y clavos (1 238 toneladas en este calendario), y las mallas peerles y de otros formatos (alrededor de 4 500 rollos), artículos todos con una inmensa demanda dentro del mercado nacional.

Sin embargo, y bajo una lógica difícil de entender, la industria se mantiene trabajando a un ritmo bien alejado de lo que permiten sus capacidades.

“Con todo y que duplicamos lo planificado para el 2014, este año no debemos llegar ni a un tercio de lo que en realidad la fábrica está en condiciones de elaborar”, reconoce Francisco García Ramírez, director de esa Unidad Empresarial de Base, subordinada a la Empresa Metalúrgica de Camagüey.

“Nosotros dependemos de materia prima importada y trabajamos atendiendo a una demanda central. Incluso hemos reducido la cantidad de trabajadores para que esté en proporción con los recursos que nos asignan y poder funcionar durante todo el año”, agrega.

La gran pregunta es cómo puede suceder algo así en Cuba, un país donde hay tanto por reparar y construir. Para mayores dudas, la fábrica de marras se ubica en uno de nuestros municipios más afectados por el cierre de los centrales azucareros, donde las opciones atractivas de empleo no son moneda corriente.

Importar lo que aquí se está en capacidad de producir no parece la mejor alternativa. La solidaridad de la República Bolivariana de Venezuela puede haber salvado a la fábrica de derivados del alambre de Minas, pero su verdadero “florecimiento” aún está por verse. Dependerá de la entrega de sus trabajadores y de decisiones en las que no siempre participan, aunque los implican. Por lo pronto, sobran sus ganas de hacer y el mercado para cuanto produzcan; basta para apostar por su renacimiento.

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