Cuando salieron hace apenas seis meses poco se conocía de la enfermedad que combatirían, pero sí de su letal comportamiento y fácil modo de transmisión. Entonces fuimos objetos de sentimientos encontrados. Por un lado, el orgullo de ser abanderados en la labor más humana a nuestro alcance; por otro, la incertidumbre del ¿qué pasará?, ¿cómo saldrán de tan difícil tarea, para no pocos una misión suicida?

Nos poníamos en el lugar de sus familiares y nos preguntábamos, ¿podrán ellos entender cuánto contribuirían sus seres más queridos, a riesgo de sus propias vidas, a evitar que este terrible padecimiento penetre en suelo cubano y otras naciones vecinas? Y, por supuesto, la necesidad de aportar con ciencia a aquellos que son los menos favorecidos y más pobres de este hemisferio.

Hoy, al ver regresar a estos médicos y enfermeros formados en la Universidad Médica de Camagüey, percibimos en su justa medida que son hijos de los principios de sacrificio, perseverancia y humanismo del eminente científico camagüeyano Carlos J. Finlay que da nombre a la Alta Casa de Estudios, y de que cumplieron con el propósito del Líder Histórico de la Revolución cubana Fidel Castro, al idear la brigada Henry Reeve a la cual pertenecen, hoy propuesta para que le sea entregado el Premio Nobel de la Paz.

Supimos de la sencillez de todos, como ocurre en los grandes hombres, desde que descendieron del ómnibus que los traía de regreso, ocasión en que no faltaron las lágrimas de felicidad, las sonrisas y abrazos y las fotos que nadie quería perder. Entre tantos voluntarios ellos fueron los elegidos, y sin proponérselo y, creo que no lo saben aún en su gran magnitud, colocaron bien en alto el nombre de Cuba, con aportes invaluables sí, aportes de sensibilidad, altruismo y valor, aun cuando el miedo debió ser un sentimiento, que aparejado al cumplimiento estricto de los protocolos médicos internacionales, sirvieron de fortaleza para vencer y regresar a la patria.

Desde que dieron el paso al frente demostraron no solo ser hijos de Finlay, sino también de el Mayor General Ignacio Agramonte Loynaz, a fuer de tanta entrega y amor, dos cualidades inseparables del ejército de batas blancas que integran.

Fueron esperados por muchos. Estaban Jorge Luis Tapia Fonseca, miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y su primer secretario en la provincia; Isabel González Cárdenas, presidenta del Gobierno; y el doctor Fernando González Isla, director de Salud Pública, ambos en ese nivel. También familiares y amigos.

Las palabras, todas de agradecimiento y parabienes ante tanta grandeza, no  alcanzan para aquilatar la proeza realizada y como señaló Tapia Fonseca: “Recibimos a nuestros héroes, continuadores de nuestra Revolución”.

El Proyecto Arte sin Barreras, liderado en el Centro de Equinoterapia, de esta ciudad, y que acoge a niños y jóvenes con alguna discapacidad, incluidos en la sociedad a través de diferentes manifestaciones artísticas, fueron los mejores anfitriones posibles. Ellos son una muestra del desvelo de nuestro sistema social en pos del mejoramiento de la calidad de vida de todos, sin exclusiones.

MÉDICOS Y ENFERMEROS CAMAGÜEYANOS QUE REGRESARON DE ÁFRICA OCCIDENTAL:

Dr. Leovel Pérez Gutiérrez, de Vertientes

Dr. Osmany Rodríguez González, de Santa Cruz del Sur

Dr. José E. Saavedra, de Camagüey

Dr. Erik Luis Larrazábal Hernández, de Nuevitas

Lic. en Enfermería Jorge Luis Quesada Vázquez, de Florida

Lic. en Enfermería Carlos Velazco Luis, de Sibanicú

Lic. en Enfermería Enio Prado Téllez, de Florida

Lic. en Enfermería Yoanis Bello Echeverría, de Florida

Lic. en Enfermería Marcos Figueredo Pacheco, de Camagüey

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