La vida de Nicanor, nombre idéntico al del papá, (pero llamado Lamy por todos) y de su hermano menor, Cecilio, fue llevadera incluso por encima de su inexistencia legal, hecho insólito dentro de las convenciones sociales de la pequeña burguesía de los negocios profesionales de Cuba a inicios del siglo XX.

Ambos progenitores llevaron sin sonrojos aquella vida adulterina, que por entonces reforzaba la imagen popular de la hombría exitosa. A Nicanor lo inscribieron a los siete años y con los apellidos maternos, pues para 1910 la crisis de la pareja se tornó irreversible y junto con la ruptura hubo que resolver la legalidad de los niños. Heredar el apellido del padre traería demasiadas complicaciones.

Cecilia se marchó a Estados Unidos dejando a Don Nicanor las criaturas. Pasado un tiempo se casó, tuvo otros hijos y se convirtió en una ausencia continua para sus primeros descendientes, que pasaron a residir en el hogar paterno, y en calidad de bastardos soportaron incluso que los despojaran de sus nombres. La madrastra, devota a San Antonio de Padua, llamó a Nicanor como Antonio, y a su hermano, como Nicasio.

Por influencia de Mercedes estuvo en el colegio de los Padres Escolapios de Guanabacoa, pero violar la disciplina del horario del estudio nocturno, agredir al sacerdote que lo regañaba y tirar una piedra contra la puerta principal al abandonar la escuela, no solo le valió esa expulsión, sino la fama para no matricular en ningún otro centro católico.

El chico, alentado por el papá con las hazañas de su abuelo, el general Ramón Matías Mella, Padre de la Patria Dominicana, ya obra con audacia para elegir su propio rumbo.

Tal es su osadía que en el corto período que estuvo con su madre en Nueva Orléans se alistó en el ejército, asegurando tener más de los 14 años que tenía.

Un amigo de su padre logró sacarlo de la Armada y regresarlo a Cuba, donde matriculó en la Academia Newton. Allí tuvo como maestro al poeta mexicano Salvador Díaz Mirón, quien le insufló un gusto tremendo por la lectura y por la afición de escribir, futura arma.

Pero Nicanor quería, como su abuelo, hacer carrera militar. Por eso viajó a México en 1920. Tenía 17 años, y su noviazgo con Silvia Masvidal Ramos lo consolaba en la necesidad de saberse amado, como una parte vital de la estabilidad psíquica para lograr el éxito.

Pero la Constitución mexicana prohibía a los extranjeros servir en el ejército en tiempos de paz. De esas andanzas saca el placer por la aventura, y también de México trae su nuevo alias: Julio, de Julio César, a quien le admiraba las crónicas de la conquista de las Galias, y Antonio, por el general romano Marco Antonio, no por el santo de Padua. Sí, sería Julio Antonio Mella; se emancipaba con la invención de su propio nombre.

No lo llamarían así desde el bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza de Pinar del Río, pero pronto ese nombre sería popular en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana. Desde aquel entonces, 1921, se sucedían las manifestaciones estudiantiles en pos de que el claustro atendiera sus reclamos, no sin heridos con Menocal como presidente.

Bajo la batuta de Zayas los bríos universitarios no hallarían sino efervescencia. En ellos entra, por supuesto, Julio Antonio, afanado también en encontrar nueva novia, pues Silvia se había ido definitivamente para Santa Clara. A ello le ayudaría su forma deportiva, una imagen que también lo favorecía para darse a conocer.

Organizó secretamente la fraternidad de los Manicatos, de donde saldrían los líderes de la futura Federación Estudiantil Universitaria, de la que fue elegido secretario general por un año. Promovió la revista Alma mater, donde reiteró la crítica antiimperialista a las acciones de los Estados Unidos y su panamericanismo. Devoró libros de Martí y de Lenin.

Para 1923 lidera la lucha por la reforma universitaria. Desde entonces encabezó las agotadoras gestiones para vincular a los universitarios con los muchachos de los institutos de segunda enseñanza, las escuelas normales y los colegios privados (religiosos y laicos) en las seis provincias. No en vano en octubre de ese año, en el Primer Congreso Nacional de Estudiantes, organizado y dirigido por él, lo eligen presidente del evento.

No descansa. En noviembre inaugura la Universidad Popular José Martí, con el fin de instruir política y académicamente a los trabajadores, y de vincular la Universidad “con las necesidades de los oprimidos”. En sus faenas ya lo impulsa otra vez el amor femenino. Se trata de la camagüeyana Olivia Zaldívar Freyre, con quien contrae matrimonio en 1924.

Fue el principal artífice del proyecto de la Confederación de Estudiantes de Cuba, que aceleró la irrupción de los adolescentes en la vida política, social y cultural del país. Si este fue uno de los aportes más originales de Mella al movimiento estudiantil revolucionario de América Latina, qué decir de la fundación del primer Partido Comunista de Cuba, junto a Carlos Baliño. Su expulsión de la Universidad era algo que se veía venir. Su enérgica huelga de hambre, sin embargo, no se esperaba, la presión tomó niveles internacionales y lo liberan a finales de 1925. Olivia está a su lado, embarazada.

Al año siguiente, México. Hasta allá va el sastre Nicanor. Lleva a Olivia, con seis meses de embarazo, a acompañar a su esposo. La economía de la pareja era tan precaria que cuando vino a la luz su primogénita, una niña que nació muerta, tuvieron que depositar el cadáver en una caja de cartón, imposibilitados de costear un entierro decoroso.

Juntos superaron la tristeza. Mella y Olivia lucharon codo a codo hasta que en octubre de 1927 la situación para la crianza de una segunda hija, Natasha, nacida en agosto, se hizo insostenible en el pequeño apartamento donde vivían. Olivia regresó a Cuba.

Mella siguió febril en la lucha. Vinculado al movimiento revolucionario continental, usó otra vez las letras como arma en los periódicos Cuba Libre, El Libertador, Tren Blindado, El Machete y Boletín del Torcedor (este último de La Habana). Pronunció conferencias, publicó críticas sobre el muralismo mexicano, pero concentró sus fuerzas en favorecer al proletariado. Asistió al Congreso Mundial contra la opresión colonial y el imperialismo, celebrado en Bruselas. Viajó a Moscú al Congreso de la Internacional Sindical Roja. Miembro del Comité Central del Partido Comunista de México, fundó varias organizaciones antiimperialistas, estudiantiles y campesinas; combatió por la reforma agraria, por la nacionalización del petróleo y en las huelgas de los mineros.

Claro, nunca olvidó su patria. Con Leonardo Fernández Sánchez y Alejandro Barreiro organizó la Asociación de los Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos. Es un intelectual de vuelo. Lo saben los amigos, las mujeres que lo admiran y los no pocos enemigos ganados, sobre todo, en el machadato.

De sus devotas la célebre es la fotógrafa italiana Tina Modotti, con la cual romanceó cuatro meses, hasta que se produjo uno de los asesinatos políticos más abrumadores del siglo XX en América.

El 10 de enero de 1929, con solo 26 años de edad, cayó Julio Antonio Mella. Un agente machadista tramó el crimen con dos sicarios a sueldo. Pero ni eso borró la huella de aquel hombre, cuya infancia lo hubiera convertido en un débil traumatizado, o en cruel; cuya fama lo hubiera hecho oportunista. En cambio, desde pequeño, Nicanor escogió la buena gloria, la de su abuelo, y la logró sin mella alguna.

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