No es un secreto, en Cuba vivimos de Moncada en Moncada. Sí, en 1953 las armas allanaron el camino, anunciaron lo que estaba por venir: la juventud, la del Centenario, la martiana, avivó el fuego que prendió Céspedes en 1868 y una vez más la independencia absoluta fue la bandera. En Santiago los muros pueden contar la historia, la desgarradora que ocurría adentro y la luz que a proyectil y escudo humano se abría desde la posta 3 para no apagarse más.

Después de 1959 no han faltado escaramuzas. Como asaltos a fortalezas militares ganamos Girón, el octubre de los misiles, Punta del Este, la fiebre porcina, el dengue hemorrágico, los programas de “cambio” firmados con apellidos disímiles y la misma intención de doblegarnos... todos los planes de desestabilizar un país que por primera vez en cuatro siglos se construía en colectivo.

Desde el Primero más definitivo de enero aprendimos a sobrevivir entre el bloqueo y las crisis de una deformada economía heredada en medio de saqueos que sale a flote con la magia de la resistencia y los años de desvelos, las incomprensiones de un mundo unipolar frente a un pueblo nunca más capitalista...

Cada Moncada ha sido explicado por los mayores y sostenido en los jóvenes. La creatividad, la dedicación y el sacrificio devienen claves de un país que expone ante todos la concreción de la obra humana más hermosa del mundo: la soberanía.

Nunca ha sido fácil, lo dijo quien perdura como brújula que marca nuestro puerto seguro, Fidel, por quien sabemos que aun en las diferencias el diálogo significa la fuente de consenso que nos ha traído hasta aquí. Así levantamos un país ejemplo. Uno que se crece en el juego de ajedrez de traer alimentos y de sembrarlos, de hacer ciencia de primer mundo y compartir saberes y entregas en cualquier geografía, de elevar estudios, de dignificar el hogar...

Por esa nación que es faro, confirmamos el sábado pasado nuestra disposición de dar hasta la vida si fuese necesario frente al enemigo de siempre, y nuestra decisión de mirarnos y mejorar lo que deba ser cambiado para que el adversario no sea jamás otro cubano. Lo hicimos justo en la Plaza que cambió su nombre después de que Fidel nos alumbrara, a pocos días del triunfo, que por la libertad habríamos de luchar desde entonces todos los días.

El derecho a la soberanía no se gana en un día pero se pierde en un segundo. Este pueblo, el que habita más allá de los bytes y las fake news, sabe el precio que ha pagado por la paz que disfruta y sigue decidido a seguirla conquistando de Moncada en Moncada.