CAMAGÜEY.- Nadie sabe a ciencia cierta el verdadero origen de la toponimia Camagüey, pues más allá de investigaciones etnográficas, antropológicas y lingüísticas no hay cerca ningún aborigen que nos traduzca esta voz indocubana, cuyo aniversario 116 de oficialización por parte del Ayuntamiento se conmemora este 9 de julio.

Lo aceptado, en cuanto al nombre, es que en efecto es una combinación de un prefijo y palabra nominal para un árbol, del cual la cosmovisión de los primeros habitantes aseguran descender y hoy rinde homenaje el grupo danzario Camagua. Por supuesto, que tampoco debemos olvidar al cacique Camagüebax, otro nombre de quien la leyenda cuenta tiñó de rojo las colinas de Cubitas, al caer su cuerpo inerte, asesinado por los conquistadores, desde la cima del Cerro Tuabaquey.

Antes del encuentro cultural y asentamiento final de la villa en 1528, entre los ríos Tínima y Hatibonico, ya los bajeles con cruces católicas en sus velas habían anclado en Punta del Guincho y fundado Santa María del Puerto del Príncipe, la cual se trasladó sin perder su nombre. Así, los de la espada y el yelmo hacían reverencia al sucesor Borbón, Príncipe de Asturias, a quien con toda la santidad católica encomendaban el porvenir.

¿Y hasta cuando se llamó así a la ciudad? El primer cambio fue un inevitable y práctico apócope entre las gentes, como Puerto Príncipe, legalizado en 1878, luego de mucho tiempo de su uso informal, para la villa y la amplia jurisdicción departamental.

Sin embargo, el criollo de la ciudad (según el profesor Guanche la de más alta cifra respecto a los peninsulares), alejado de los centros de poder, envuelto en contrabando, crecimiento intelectual y rebeldía, tomó como forma de diferenciarse de los españoles, el nombre de Camagüey, y por ende el gentilicio camagüeyano, para no sentirse súbditos, mortificante para las autoridades españolas y hasta para viajeros como el obispo Morell de Santa Cruz, quien en 1756 calificara al término como grosero.

 Foto: Otilio Rivero Delgado/ Adelante/ Archivo Foto: Otilio Rivero Delgado/ Adelante/ Archivo

Como menciona el historiador Ricardo Muñoz Gutiérrez, en su primer tomo de Del Camaguey: historias para no olvidar, la ebullición del lugar, “donde se fermentaban ideas revoltosas”, hacía aparecer pasquines casi siboneyista (mucho antes de la corriente literaria) con el llamamiento a los camagüeyanos, a lo cual se sumó alguien sin pelos en la lengua y con arrestos en la pluma, como Gaspar Betancourt Cisneros “El Lugareño”, un líder de opinión casi racista con los españoles cuando decía que “ni Santa, ni María, ni Príncipe, sino Camagüey.”

La segunda mitad del siglo XIX siguió esa tendencia entre logias masónicas, equipos de béisbol, documentaciones sediciosas, cuartetas y poemas, conspiraciones independentistas hasta los mambises y su organización político militar. Puerto Príncipe sobrevivió en la oficialidad tanto como soportó España la guerra. Ya desde 1899 los nuestros cambiaron con frenesí los nombres de las calles, sitios, localidades, hasta que con el impulso de Salvador Cisneros Betancourt “El Marqués de Santa Lucía” el 22 de junio de 1903 el Consejo Provincial acuñó Camagüey para la provincia, a lo cual se sumó, como ya adelantamos, el Ayuntamiento el 9 de junio de ese mismo año dándole igual “rebautizo” al municipio y a la vieja ciudad de los tinajones.