Ya han pasado 56 años pero todos sienten el mismo presentimiento de aquella fatídica noche, bastones y muletas en mano la espera los consume. Un pase de lista indica que cada calendario que pasa la tropa cambia, algunos ya no están.

Alguien se acerca y dispara: "¿periodista, usted conoce la historia?" me parapeto: más o menos. "Pues nosotros se la vamos a contar con detalles". Así, entre interrupciones y jaranas, me hablaron de la orden de Fidel antes de salir de la Sierra y como por violarla ocurrió la desgracia. Cada uno aportaba su visión de los hechos pero todos coincidían en que se salvaron de puro milagro.

Pude compartir con ellos el dolor que sintieron al llegar a La Caobita donde, luego de brindar honores a los caídos, regresaron sobre mí: "mira periodista aquí asesinaron a sangre fría a los heridos que trasladaban al hospital, primero lanzaron una granada y luego los ametrallaron".

Junto a la tarja que los inmortaliza una señora, con lágrimas de orgullo más que de sufrimiento, señaló: "este es mi papá, el mejor de todos". Allí conocí a un joven que cada año pasa su cumpleaños rindiéndole tributo a su tío abuelo héroe. También supe de dos hermanos que viven en diferentes provincias y se reencuentran cada septiembre frente a la tumba de su padre.

Confieso que el asombro y el respeto que el lugar desprendía hacían de mí un manojo de emociones. Al llegar a Pino Tres la mirada se les perdía en el potrero y parecían mirar las balas del pasado. Sin embargo, el ejército esta vez no era enemigo, un grupo de niños y jóvenes de la comunidad que hoy ocupa la zona fueron, como cada año, a recibir a sus padres fundadores.

Una actividad político-cultural con la presencia de las principales autoridades del municipio Santa Cruz sirvió para agradecer a los caídos en combate, los que ya no están y los sobrevivientes el sacrificio que hicieron por la patria nueva.

Más tarde, y como muestra de que su entrega no fue en vano, los combatientes recorrieron el antiguo cuartel de la guardia rural hoy convertido en escuela y centro de salud.

Fue allí donde Homero, el hombre que aquella madrugada recibiera dos impactos de bala, me dijo: "viste, estas cosas justifican la sangre derramada, por esto, vuelvo a coger el fusil si hiciera falta".

Amigos, no se imaginan cuanto aprendió este reportero en apenas diez horas en semejante compañía. La modestia y humildad que poseen los sobrevivientes de Pino Tres es solo comparable con el coraje y la entrega que guardan sus arrugas.

Al bajarme de la guagua, y casi sin pensarlo, les dije:"lo de hoy ha sido una clase que nunca olvidaré, me considero un privilegiado por haber vivido la historia, mil gracias".

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