CAMAGÜEY.- Por un momento imaginé que para el fotógrafo José Gabriel Martínez Figueredo la clase sería cuestión de puro trámite, pero a veces la experiencia es insuficiente cuando se tiene delante un alumnado tan joven.

Con mucho arte él enseña y convida a sus pupilos, integrantes del taller “El patrimonio a través del lente”, a contemplar lo cotidiano una manera distinta. Ante una pregunta Pepe, como lo conocen todos, responde y dicta cuál es el ingrediente infalible para obtener una instantánea de calidad: la poesía.

Aquel antídoto para el “¿Cómo obtengo una buena foto?”, pareció simplona a los estudiantes del aula, situada en la Casa de la Diversidad Cultural camagüeyana, sin embargo, el maestro ama el reto de educarlos, a su oficio y desde el mismo inicio de la conferencia, invitó la búsqueda de la poética en la fotografía “para comunicar mejor lo que deseamos proyectar”.

A mi lado, un pequeño de diez años sostiene una cámara. No pierde el menor cuidado a las palabras del profesor. Se llama Amado Vega Surañes. Él me confiesa que aunque no será fotógrafo cuando crezca le gustaría perpetuar la memoria de las ciudades y los acontecimientos que las transforman. Luego vuelve la atención a Pepe, quien refiere cómo la belleza está presente lo mismo en un rostro feliz que en una expresión de dolor.

“Quisiera mostrar los sentimientos tristes de las personas” me contesta Ana Laura Gamboa Jiménez, y tras mi “por qué”, argumenta: “creo que de esa forma retrataría lo que no dice la gente con las palabras”. La madre, un referente en su vida, le acompaña. Ella me habla de la importancia del vínculo de los niños con los talleres de verano y se declara la máxima “culpable” de haber inculcado a su hija la pasión por la fotografía.

Desde el asiento más adelantado, Pepe continúa impartiendo las lecciones. “Enfoquen bien el objetivo para no sesgar los miembros del cuerpo”, aconseja y después bromea sobre los resultados adversos. “Eviten los espacios enormes por encima de las cabezas”, alerta. Tampoco faltan los asesoramientos técnicos: “Las cámaras tienen vida limitada, por lo tanto, úsenlas solo cuando tengan el blanco asegurado”. También conversa sobre la necesidad de aguzar los sentidos mediante la observación constante. Asegura que solo así se consigue una instantánea con un mensaje profundo que rompa la inmovilidad visual.

Según me cuenta el profesor, una de las metas principales del taller, convocado por la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey, es “enseñar a los niños los conocimientos básicos de la fotografía”, pero él ve más allá de lo teórico y de lo práctico y, convierte las clase en “una oportunidad para alimentar virtudes, la creatividad y la humildad. Una persona de espíritu humilde, no tiene precio”.

Al calor de un intercambio sobre el retrato, Amado saltó de la silla y acercó su cámara al maestro. Pepe miró la imagen de un gato dormido y, con tacto, le criticó la obra al joven artista. Después sugirió al grupo: “hay diversos elementos de la naturaleza y del día a día que son atractivos al lente: los árboles, los charcos de agua, las nubes...”.

Tras concluir el encuentro, el instructor me dice que le “anima pensar que detrás de cada uno de los infantes hay un pequeño Korda y que yo, en este breve curso, soy uno de los responsables de despertarlo. Lo demás queda de parte de ellos”. Al principio lo dudé, pero esa anotación en particular me convenció de cuán sustanciosa resulta una fotografía cuando le agregas un toque de tu poesía personal.