Camagüey.- A más de medio milenio de su fundación, la Villa de Santa María del Puerto del Príncipe, hoy Camagüey, se muestra enigmática ante los ojos de quienes la descubren y también ante los de aquellos que nacimos y cada día la recorremos.

En esta villa las tonalidades, por ejemplo, caracterizan sus espacios, su carácter majestuoso. Los ocres, los tonos rojizos de las tejas y los tinajones, el barro…no hay, en verdad, otros colores que recuerden tanto su edad, sus amplios patios y sus sombreados callejones.

El paisaje urbano de esta ciudad, visto desde las alturas, se presenta como plato roto; una laberíntica y caprichosa red de calles, callejuelas y callejones.

Camagüey, la ciudad de los tinajones, la de las frecuentes plazas y las esbeltas iglesias posee, gracias a las raíces ibéricas de la arquitectura y el urbanismo de las primeras villas cubanas, alrededor de 50 callejones.

De ellos hasta sus nombres son curiosos y ocurrentes. Los más populares en el ambiente lugareño son el de Las Niñas, del Sacristán, Mojarrieta, Apodaca, Cuerno, Magdalena, Soledad, Correa, el de Las González, Fundición y Triana.

También los hay de singulares características que los convierten en símbolos de la ciudad. Encontramos, por ejemplo, el callejón más pequeño, conocido como el callejón de la Miseria (hoy Tula Oms) con sólo cuatro metros de largo por dos de ancho y está situado en la plaza de Bedoya.

El más estrecho de la ciudad es el del Cura (Víctor M. Caballero), entre las calles Cielo y 20 de Mayo, con casi ochenta centímetros de ancho; aunque en uno de sus extremos el callejón Funda de Catre o Pozo de Mate (Ramón Ponte) alcanza esa cifra.

Así, esta ciudad de cinco siglos de vida asombra cada vez que se habla de ella, pues siempre hay algo nuevo que salta a la vista, algo que sorprende aun cuando la vemos, la sentimos diariamente.

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