CAMAGÜEY.- Por estos días, el Santo Sepulcro de la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced cumple 255 años desde que, a raíz de la leyenda que envuelve su origen, fuera labrado por el orfebre mexicano Don Juan Benítez, por encargo de Don Manuel Agüero y Ortega.

La joya, una de las más valiosas de su tipo en Latinoamérica, fue víctima de un acto vandálico hace unos tres años; la noche de este viernes, los asistentes a la ceremonia del Santo Entierro, tanto creyentes como espectadores, podrán apreciar la magnífica restauración a que fue sometida la pieza fúnebre, la que corrió a cargo de especialistas en carpintería, pintura, electricistas, y personal de apoyo de la Arquidiócesis camagüeyana, con la decisiva intervención del artista mexicano Jesús González Escalante.

González Escalante cubrió la nueva madera con una imitación de plata en hojas (pan de plata), para lo que empleó 14 días de trabajo ininterrumpidos hasta finalizar el pasado 6 de abril.

Esta obra data del año 1762, y desde entonces sale cada Viernes Santo, en sus inicios cargado por esclavos, personal que fue cambiando hasta la actualidad, en que lo hacen jóvenes católicos, con la peculiaridad del tintineo de un centenar de campanillas que lo adornan, casi ninguna original, porque era creencia popular que tenían la propiedad de curar enfermos al ser tocadas, por lo que es de imaginar lo que sucedía si alguna se desprendía, o alguien tenía la posibilidad de arrancarla.

En su libro Leyendas y tradiciones del Camagüey el Dr. C. Roberto Méndez refiere detalles que se supone originaron la confección de esta y otras piezas, resumidos en que el hijo mayor de Don Manuel, de igual nombre, creció junto al de una viuda a quien favorecía, aunque era de apellido Moya, hasta que una mujer profesó el amor en ambos, provocando celos mutuos. Moya, con pocas posibilidades por el apellido y la fortuna, fue perdedor del lance sentimental; en un suceso que no ha sido aclarado —para unos un duelo; para otros una celada nocturna— hirió de muerte a José Manuel, quien falleció sin revelar el nombre del asesino, el que luego, lleno de remordimientos, le confesó a su madre lo ocurrido, y esta a su vez al protector.

Don Manuel se había hecho sacerdote, se supone que en 1749; tiempo después del terrible suceso destinó a la orden de La Merced la parte de la herencia del hijo asesinado para realizar en el convento un conjunto de obras de arte, entre ellas el Santo Sepulcro, el que donó oficialmente a la iglesia el 9 de febrero de 1763, según consta en documento radicado en el Archivo Provincial de Historia de Camagüey.

La información sobre la restauración ofrecida a Adelante Digital por el arzobispo de Camagüey, Monseñor Wilfredo Pino Estévez, recoge el agradecimiento a familias camagüeyanas residentes en los Estados Unidos que enviaron como donativo un centenar de campanitas, y materiales necesarios para limpiar la plata. Igualmente reconoció el trabajo del grupo participante en el proceso, entre ellos Sergio Ferrá, Adrián Cánovas, Alfredo Matos, Léster Viñas, Ernesto Varona, Alfredo Robert, Alexander García, Yon Salazar, Fidel Cabrera, Guillermo Peña, Manuel Padilla, Addel Pérez, Marcos Saavedra, Manuel Ruiz, sacerdotes, y Luis Omar Reyes, diácono, estos tres últimos religiosos mexicanos de la orden de La Merced.

A partir del lunes próximo, el Santo Sepulcro, la urna de la Virgen, la del Cristo resucitado, las de las vírgenes Dolorosa y de la Alegría, estarán en la iglesia de La Merced, a la vista del público.

¡Ah!, las campanillas no son curativas.