Camagüey.- Inmortalizada en los brazos del hoy y del mañana, la Plaza del Cristo comenzó a desarrollarse desde la segunda década del siglo XVIII. En pleno auge constructivo los colonizadores españoles ya habían comenzado en muchos lugares del tejido regional camagüeyano  la creación de plazas y plazuelas para ubicar las estructuras simbólicas del poder de aquella época: Iglesia y Cabildo.

Ubicada en el Centro Histórico de la ciudad de Camagüey, que ganó la condición de Patrimonio Cultural de la Humanidad en el 2008, su historiografía refleja la ubicación de una horca, un siglo después de su fundación, donde murieron en manos de los europeos los esclavos que intentaban escapar de los grilletes del colonialismo.

La advocación del Santo Cristo dio origen a la terminación de una ermita en 1727 con las condiciones necesarias para los que buscaban fe en las salas de la institución religiosa. Así surgió la Iglesia de Santo Cristo del Buen Viaje, con una nave de ladrillos, techo de tejas, un coro alto sobre el interior de la puerta y en el exterior un campanario de mampostería con tres campanas pequeñas.

El terreno anexo al templo se convirtió en 1814 en el Cementerio General de la otrora Villa de Santa María del Puerto del Príncipe, sobre todo porque se había prohibido, en la Real Cédula del rey de España Carlos III,  los enterramientos en los patios de las iglesias. Así, los devotos cristianos, y los que no también, podían decirle adiós a sus muertos y después orar por ellos.

La necrópolis posee un valor histórico, en sus tierras santas están sepultadas varias personalidades de la historia y la cultura local como Salvador Cisneros Betancourt, quien fuera Presidente de la República en Armas, Amalia Simoni Argilagos, la compañera de lucha y de amor de Ignacio Agramonte y Loynaz, Carmen Zayas Bazán, esposa del Héroe Nacional José Martí, entre otros.

La Plaza del Cristo convida al paseo. Las calles que la rodean, sus emblemáticos inmuebles que devienen en signos patrimoniales e históricos para la provincia camagüeyana, inspiran la visita de los moradores locales, de los que no son tan nuestros, de todos. Para los que colocan flores en las sepulturas de sus seres queridos, los que lloran, los que se resignan. Para los que le rezan a un mesías y le piden el pan nuestro y protegerlos de todo mal, para todos ellos se levanta la Plaza del Cristo.