CAMAGÜEY.- Viajero insofocable, recorrió llanuras, montañas, bosques, mares cayos, ríos, áreas económicas y asentamientos humanos, en el siglo XIX en Cuba.

Tenía una fuerte vocación por la aventura y no dudó en explorar disímiles parajes de un archipiélago, al cual arribó con una misión muy distinta: ejercer el sacerdocio como profesor en escuelas religiosas.

Antonio Perpiñá, nacido en 1835 en Cataluña, España, llegó en 1857 a tierra cubana, y tras una etapa en La Habana abordó el buque El Pájaro del Océano hacia el norteño puerto de Nuevitas.

El día de Nochebuena de 1858 llegó a Camagüey, donde comenzó a gestar su futura faceta de narrador, en una localidad con el abolengo de ser una de las primeras fundadas por los españoles en Cuba, y uno de los principales focos históricos de la cultura en el país.

Plasmó las vivencias de su extenso recorrido por la zona centro-oriental del país en un libro de 488 páginas con un largo título de 42 palabras, El Camagüey: viajes pintorescos por el interior de Cuba y por sus costas, con descripciones del país, obra literaria a la par que moral y religiosa sumamente útil a la juventud, e interesante para todos los amantes de La Reina de las Antillas.

El tema principal es el territorio camagüeyano, en cuya urbe cabecera trabajó en las Escuelas Pías, monumental inmueble aún existente en el sector local declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Perpiñá regresó a España en 1867, dos años por encima de su compromiso de permanencia en la Mayor de las Antillas, y en 1889 publicaron el texto en su Cataluña natal.

Fue una bomba de explosión retardada que detonó en el siglo XXI.

¿Por qué?

En el prólogo, el autor plantea que había “procurado toda veracidad en lo que pertenece a la historia de Cuba, a su fauna, su flora y demás asuntos científicos, de que me ocupo”.

Muchos años después la bomba demoledora cayó en determinadas afirmaciones del libro.

El doctor en Leyes Emilio Cueto se encargó de accionar el explosivo, en uno de los artículos del más reciente volumen de la serie Cuadernos de historia principeña, publicada en Camagüey.

Cueto quebró la credibilidad de la promesa expuesta por Perpiñá, e incluye en su trabajo, a modo de ejemplo, 10 láminas, cinco de las insertadas en El Camagüey… y esas mismas imágenes presentes en impresos anteriores.

En una de sus demostraciones dice que las ilustraciones dos, cuatro, 12 y 14 corresponden al Amazonas, el río más caudaloso y extenso del mundo, el cual nace en Perú, continúa por Colombia y desemboca en Brasil. La número tres concierne a la isla caribeña de Martinica.

Cueto informa en cuáles publicaciones precedentes aparecen esas escenas, algunas de las cuales tienen ligeras modificaciones en la obra de Perpiñá.

Entre esos ejemplos presentes en la investigación figura la lámina 12, relativa a Camagüey, y denominada Riberas del río San Pedro. Un itabo o bosque inundado. La referencia es en realidad al Amazonas, y fue tomada de un artículo difundido 20 años previamente, en Musée Des Families.

Cueto asevera que de las restantes imágenes, unas son también de otros textos, y ninguna de las otras se basa en la observación de la realidad, sino en recreaciones realizadas décadas después con informaciones contadas del viaje, pero incluso, no descarta que algunas fueron obtenidas de otras fuentes aún sin determinar por él.

¿De quién fue la idea? ¿De Perpiñá o del editor? ¿Sucumbió el autor a presiones editoriales, o también fue promotor del hecho? Ya no hay a quien preguntarle, y solo el cotejo de ilustraciones y las deducciones pueden alumbrar el tortuoso camino de las alteraciones en la publicación.

El Camagüey, como es conocido de forma abreviada el libro, ha sido utilizado como una extraordinaria muestra para contribuir al estudio del pasado en una zona cubana, especialmente del territorio camagüeyano, y sus ilustraciones calificadas de veraces.

Se ha descalabrado la obra, al menos en la parte gráfica, ¿Y no habrá también gato por liebre al menos en una parte de la escritura?

Uno no sabe, pero el tufo a duda es demasiado fuerte y la suspicacia tiene derecho a desbordarse.