CAMAGÜEY.- Eres la madre de todas las madres repetidas: “enfermera” de las primeras contracciones, vigilia del llanto hambriento o afiebrado, testigo delirante de las iniciales denticiones, palabras y gracias balbuceantes, pícher tapón para tiempos cruciales de las malas y las “buenas” noches de salida en pareja… sin nené.

Sacas sorprendentes fuerzas de tu cuerpo cansado para hacer y jugar por el suelo y “volar” con tantos descendientes de aquellos que gestaste en el preciso clímax del divino tesoro juvenil, y cuando piensas que llegas al final, que la prole ha terminado, un nuevo vástago de otra generación te revive consejos apropiados, te inyecta energías inusitadas para regresar con bríos a las “palmitas de manteca…” y a darle “a la mocita en la cabecita”, para arrancar aplausos y vítores ancestrales.

Pero vives y haces revivir con tus nuevos bordados y diminutos vestuarios, impronta que tatuarás por siempre en nietos y tataranietos y quizá más niñas y niños de la estirpe familiar, que hoy —unidos a las mamás y los papás— te rodearán ABUELAZA, porque eres simiente universal del Día más sentido de la vida.