CAMAGÜEY.- Abril nos vigoriza la marca de la porfía, la hidalguía de la herencia, la candidez para pugnar y ganar los juegos más azarosos. Abril es para esta nación un anagrama de osadía, más allá de la escasa coincidencia de letras.

Un día 10 “nos” dio por sentarnos a mesa guaimareña a pensar la independencia; y un poco más tarde, en fecha similar (por eso del legado), al Pepe se le ocurrió proclamar de Revolucionario y Cubano un Partido para la unidad. En abril también nos llegaron por mar sendas expediciones para “capitanearnos” los arrojos de 1895; y cierto nueve del ’58 ocurrió la más masiva de las huelgas, cuyo mérito mayor fue acercarnos las señas de la victoria definitiva.

Pero fue en el ‘61 cuando trazamos la mejor de las bravuras en un juego que nunca quisimos pactar, quizá porque algunos quisieron mancharnos la herencia sagrada de un mes. No pudieron.

La sorpresa de los ataques a los aeropuertos de Santiago de Cuba, Ciudad Libertad y San Antonio de los Baños no les alcanzó para darnos el susto. Las siete muertes y las decenas de heridos de ese día 15 nos bastaron para burlar su premeditación y su aparataje militar.

Aquellas bombas traicioneras nos bombearon más gloria, y el 16 entonamos con carácter la promesa de labrarnos una Revolución socialista.

El 17, cuando ya se había secado en Ciudad Libertad el alfabeto rojo que compusiera Eduardo García con el nombre de Fidel, otros cientos también honraron el llamamiento del Comandante con su sangre “verde”, su savia reciente.

Con semejante instigador poco más de 60 horas fue suficiente para sellar aquel juego de buenos y malos. Y aquí nos quedamos con la propiedad del primer bando: en todos los abriles esta nación se ha tejido desde las desgarraduras de lo justo y necesario.

Otra fue la suerte de los contrarios. A Luis Somoza sus mercenarios no le cumplieron el encargo de “par de pelos de la barba de Castro” y se volvieron productos semejantes a compotas y medicinas para los buenos.

A Nemesia, otra de las buenas, tampoco le fallaron. Después de Girón nunca le ha faltado lustre a sus zapatos blancos. Pobre Somoza, los suyos no; pero los de Nemesia y Fidel, sí fueron-son guerreros de fiar.