CAMAGÜEY.- El oro es la máxima presea anhelada por un atleta. En el amor, señal de perpetuo cariño. Rara vez quienes contraen matrimonio no quieran llegar a escalar ese entramado de años.

Iniciado por las bodas de papel, seguidas por las de algodón, cuero, en fin, las de cristal a los 15, de plata a los 25, perla a los 30. Muchos quizá quieran –y lo alcancen—atesorar las de brillante o las de granito: 75 y 90, respectivamente.

Al oro se llega con amor, respeto, fidelidad de una y otra parte y más por el hombre. El hombre que no lo cultiva y no acompaña su mirada con gestos de galantería, mas sobrepone sus dotes varoniles por encima de la mujer, más temprano que tarde, está condenado al fracaso.

Actuando así, trilla el camino para la infelicidad, el desánimo, de que ella vea en otro lo que él con un gesto y una actitud equivocada, no satisface y, a la postre, destruye la espiritualidad.

Lo dice uno que ha disfrutado de un matrimonio estable y feliz próximo a cumplir los 50 años –el 16 de diciembre--, pero cultivando amor, respeto y cuanto pueda haber para que ella, más que sufrimiento, respire alegría y esperanza.

Qué razón tiene José Martí: “El amor vigoriza, enciende y fecunda”, y otra verdad imposible de ocultar, expresada por el más universal de los cubanos: “Sentirse amado fortalece y endulza”.

¿Quién duda entonces de que el oro funde el amor más allá de la fecha de hoy, de San Valentín?